18.11.13

Zoólogo

Había una vez un cuidador de zoológico al que no le gustaba masturbar a las jirafas. Tampoco le gustaba masturbar a las avestruces, pero lo hacía. Tenía una especial afición por estimular las partes íntimas de los ponys, pero no había forma de hacerlo masturbar a la única jirafa del parque. La jirafa aguantó cuatro años el desprecio de su cuidador, y pasó un año más decidiendo a qué altura de su cuello anudar la soga que acabaría con su existencia.

In loving memory, Chelito.

26.4.13

Descuento

En el cuarto piso del hotel hay una habitación con descuento. Si subes por las escaleras (no hay necesidad, el ascensor funciona normalmente, pero lo puedes hacer) es la segunda puerta a la derecha. Todos los que llevan trabajando más de dos años en el hotel tienen su propia versión de lo que pasó en la habitación 402. Los puntos de convergencia de esas historias son pocos. El más llamativo de ellos es, por supuesto, que allí se suicidó la hija del ex intendente de policía.

Según la cocinera la chica no llegó sola. Eso explicaría que haya elegido una habitación matrimonial. La señora de la limpieza admite que había una gran maleta con ropa de hombre y de mujer, pero asegura que no hay ningún hombre involucrado en la historia; por lo menos en la parte de la historia que concierne al hotel. La administradora, que en aquel entonces recién había llegado a trabajar al hotel como recepcionista y fue quien llenó la ficha de inscripción de la chica, nunca habla del tema. Según la cocinera es porque tiene una relación extramarital con el ex intendente de policía. La cocinera, a pesar de haber sido quien tuvo menos contacto con la chica, es la que más habla.

La señora de la limpieza fue quien la halló muerta. La dueña del hotel llamó a la policía. Dice que no sabía la relación entre la chica y el ex intendente. Dice también que por esa relación es que el caso pasó por desapercibido en las noticias locales. La cocinera dice que el ex intendente estuvo más de tres horas metido en la 402, con la puerta cerrada con llave, con su hija muerta. Según la señora de la limpieza el ex intendente ni siquiera tuvo el coraje de entrar a la habitación. Después de que se la llevaran dice que solo tuvo que limpiar un poco de vómito junto al inodoro. Todo lo demás estaba intacto. Cree que fueron pastillas, aunque la cocinera asegure que hasta ahora retumba en su cabeza el ruido del disparo.

Un mes la habitación estuvo a disposición de los investigadores que buscaban pistas. No hallaron nada. Dos meses más la habitación estuvo cerrada en un luto que nadie pudo explicar. Esos tres meses fueron los mejores para el hotel, siempre pasaba lleno, aunque nadie hablaba del caso. Luego la habitación fue nuevamente habilitada, con un descuento. La cocinera dice que el precio-especial de la 402 es para pagar una deuda con Dios. Fue recién un año y medio después del incidente que en la ciudad se empezó a hablar del suicidio de la hija del ex intendente de policía, suplantando así la versión oficial de que la chica había muerto en un accidente. Todo en clave de leyenda. Recién entonces me sentí a salvo de sospechas.

21.4.13

Sirena

La sirena estaba apagada cuando Ale se subió a la ambulancia. El doctor perdió en el cara-sello y le tocó manejar. Ale fue desnudada por la enfermera. Dejó de pensar en el dinero que había pagado a lo que la enfermera le desabrochaba el sostén. Mientras la enfermera se desnudaba, el doctor encendió la sirena. Era un jueves por la tarde, con el tráfico caótico de siempre. La ruta acordada era de la clínica donde nació Ale al hospital donde murió su padre. Los juguetes seleccionados eran todos implementos médicos: equipo de venoclisis para bondage, máscaras para vendar los ojos, espéculo, bisturí para un cicatriz de souvenir. Ale tuvo su primer orgasmo mientras la ambulancia pasaba un semáforo en rojo de la plaza central. Una frenada brusca la sacó de la fantasía. Vio a la enfermera que en ese momento tenía un termómetro metido en el culo y se echó a reír. La enfermera tenía ganas de llorar, pero se aguantó, y de todos modos esta no es su historia. Ale empezó a vestirse. Se echó en la camilla. Escuchó que la enfermera la decía algo al doctor, pero no le prestó atención. Cerró los ojos y la sirena se calló.

27.1.13

Atentamente

La primera vez que te vi con otro la excitación fue más fuerte que el dolor. Ese día decidí que dejaría de serte infiel. Pero quería que sigas con tus aventuras. Te di todas las excusas falsas que necesitabas para que no te sientas tan mal. Me gustó que cambiaras de amante cada mes. Aunque me encariñé con el cuarto. Con él tal vez vivimos nuestra época más feliz. Pero no podía pedirte que lo mantuvieras. No te pido nada. Si te quedas aquí conmigo es por tu cuenta. Sobre todo ahora que ya sabes que lo sé. Y que sabes que no quiero pedirte que cambies. Nunca cambies.

13.1.13

Volver

Uno no se puede suicidar en cualquier lado. No es tan simple. Es el lugar en que te-despides-de-todo del que estamos hablando. De niño mi abuelo me dijo que uno tiene que regresar a su tierra para matarse. Y si me preguntan, tiene razón. Él no se mató, ni siquiera murió en su tierra, pero igual le doy la razón. Estuve junto a mi abuelo en su lecho de muerte, recordando sus lecciones. La mayoría de ellas inútiles, si me preguntan. Pero sin nada que reclamarle. Ahora, de regreso a mi tierra, que no es la tierra de mi abuelo, lo recuerdo. No espero encontrarlo. Lo ideal en realidad sería no encontrarme con nadie. Mi tierra sin mi gente. Pero no podemos evitar a la gente. Están en todo lado. La gran plaga. Me despediría de mi gente, pero no lo entenderían. Más que despedirme, voy a saludarlos. Saludarlos antes de partir. El orden de los factores. Volver a las calles en las que aprendí a caminar para dejar de hacerlo. Dejar de caminar. Dejar de hablar. Dejar de joder. Volver al silencio. Volver.

18.11.12

One night stand

Cuando despertó, vio a su mamá haciendo el amor. La cara del hombre se le hacía familiar, pero no estaba segura. Bostezó y empezó a chupar su pulgar izquierdo. De momento el hambre no era un problema. Los olores eran nuevos; le gustaron. No les quitaba la vista de encima. Siguió chupando. El hombre la miró por primera vez, pero siguió moviéndose. Le sonrió al hombre y él miro hacia el otro lado. Empezó a llorar.

23.10.12

Viejos hábitos

El viejo sacerdote viaja de pueblo en pueblo robando las vírgenes. Nunca los santos. Elige los pueblos pequeños en los que nunca predicó. En tiempos tan faltos de milagros quiere incrementar la fe de la gente. En cada pueblo no se queda más de dos días. Durante el desayuno del segundo día empieza a escuchar los rumores. La virgen del pueblo ha bajado de su altar. Ahora camina entre la gente. Podría ser cualquiera. En un pueblo incluso dijeron que hasta podria ser un hombre. En otro, una perra. El viejo sacerdote sonríe. Odia a la gente y quiere incrementar su fe.

22.7.12

Prepago

Ángela está cerca de cumplir los 50 años. En menos de un mes supo de la muerte de casi una cuarta parte de ex compañeros de colegio. Diferentes causas. Antes había pensado en la muerte de manera más bien abstracta. Ahora casi puede imaginarle una cara. Piensa en sus hijas. Decide pagar un servicio funerario por adelantado para que ellas no tengan que preocuparse por eso. Una de sus hijas se le ríe y le dice paranóica. Ángela no tiene la convicción para regañarla. Cuando aún le faltan cinco cuotas para terminar de pagar su plan prepago, muere la sirvienta de la casa. Una mujer pobre y muy querida por las hijas de Ángela. Decide ceder su plan a la familia de la sirvienta como un bono extra por los servicios prestados. Un bono que la finadita no podrá disfrutar en realidad. ¿Qué le debemos a los muertos? Empieza los pagos de un nuevo plan mortuorio. Sus hijas empiezan a preocuparse por la obstinación de la madre. Una de ellas (no la misma de la risa) empieza a sospechar tendencias suicidas en su madre. Ahora se muestra más criñosa con Ángela que de costumbre. De alguna manera viejos rencores empiezan a tener menos peso en casa. Como toda madre, Ángela ha dejado traumas por montones en su descendencia sin siquiera sospecharlo. Dos días después de pagar la mitad de las cuotas, muere el padre de Ángela. Sus hermanos le proponen pagar ellos las cuotas faltantes. Acunada por su dolor, Ángela les responde que está de acuerdo. Su hija menor es la encargada de elegir el ataúd para el abuelo. En la sala funeraria Ángela piensa en todo lo que le debe a su padre. Deudas inasibles. Piensa en todo lo que le debe a sus hijas. Lágrimas polisémicas. Imagina que con la muerte se anulan las deudas. Por primera vez piensa en el suicidio como algo pragmático. Por primera vez, escoge un arma. La secretaria de la funeraria, la que le ayudó a abrir los dos planes de prepago, se le acerca sonriendo. Quiere saber cómo la están tratando.

26.6.12

Prescripción



Vio la luz roja y frenó. En todas las farmacias de turno que visitó aquella noche encontró agotado el remedio que necesitaba para su padre. Entró y pidió una cerveza. Pensó en su padre. La chica que bailó para él estaba empapada en sudor. Pensó en el dolor. Puso un billete en la tanga. Pensó en la abolición del dolor. La chica le dio un beso en la mejilla y ya no pudo contener las lágrimas. No muy lejos de allí su padre empezó a toser y toser y toser y...

10.6.12

Memorabilia

Quería escribir sobre ella. Ella dormía en la cama, a sus espaldas. ¿Qué podría decir de ella? La mujer de su vida, tal vez. Minutos antes hicieron el amor. En el baño. Frente al espejo. Él y ella y su imagen. ¿Qué podría decir de su imagen? Ella dormía a sus espaldas, pero no quería regresarla a ver. Quería escribir sobre las imágenes de ella en su cabeza. Todas incompletas. Todas deformadas. No quería regresarla a ver. Ella dormía sin hacer ruido. Ella no era un personaje. Él la quería convertir en un personaje. Por si se iba. Por si lo dejaba. La mujer de ese momento de su vida. Él no era un personaje. Pero si quería compartir la historia de ella, tendría que convertirse en un personaje. Pensó en su propia imagen. Pensó en el espejo del baño. Pensó en un espejo empañado. Atrás, ella gritó.

13.5.12

Monedas

Ella terminó su helado. Se acercó a la caja registradora. Sacó un puñado de monedas. Armó tres torres de distinto tamaño. Vio al encargado del local a los ojos. El encargado dudó. Tomó una de las torres. Contó las monedas. Ella cogió otra torre. Reordenó las monedas en un círculo. No estaban solos. A una niña se le derramaba el helado entre los dedos. Con la primera torre no alcanzaba. El encargado miró el círculo y la tercera torre. Ella miró a la niña melosa. Él quiso coger las tres monedas de arriba de la tercera torre. Se derrumbó. Ella seguía mirando a la niña. El encargado se disculpó. Ella lo regresó a ver. A los ojos. Le sonrió. Él dijo que el helado iba por cortesía de la casa. Ninguno de los dos hizo siquiera el ademán de querer recoger las monedas que cayeron al piso. La niña entró al baño. Salió con las manos aún llenas de helado derretido.

15.4.12

Donante

Hace 17 años donó semen. Ayer, se arrepintió. Fue al banco de esperma. Por política de la empresa no le podían dar información. A la encargada de turno se le escapó que su semen sí había sido utilizado. Fue todo lo que pudo sacar en claro. Fue suficiente. Pensó en su hija. No lo podía explicar, pero estaba seguro que fue una niña. La amaba y la odiaba. Ella repetiría todos sus errores. No lo pudo soportar. Caminó por la ciudad, llorando. Compró una botella de whisky barato en una tienda. Se sentó en la vereda a beber. Frente a la tienda vio un colegio de monjas. Esperó. Casi una hora después las chicas empezaron a salir. En su borrachera, empezó a buscar rasgos que se le asemejen. Vio a dos chicas cogidas de la mano. Una de ellas rubia. Rompió la botella, casi vacía, en el borde de la vereda. Unas chicas gritaron y empezaron a correr. Se abalanzó sobre la rubia. Le hizo un corte profundo en la pierna. La amiga de la rubia lo golpeó con su mochila en la cabeza. Cayó, pero en su caída fue arrastrando a la rubia. Le cortó la cara. Un profesor de biología lo agarró y lo tiró a la mitad de la calle. Empezó a gritar que su hija no podía seguir viviendo. Dos policías lo subieron a un patrullero. El que iba manejando era estéril, pero no se crean que iba a cerrar el cuento diciendo que el man es el papá del hijo biológico del personaje de esta historia. En realidad el hijo biológico del donante murió a los 3 años, ahogado en una piscina, pero eso no curará el trauma psicológico de la rubia. Tampoco importa mucho, porque la rubia conocerá al amor-de-su-vida gracias a sus cicatrices, pero esa es otra historia.

18.3.12

Cenizas

La Señora Coneja camina nerviosa, excitada, con la mirada perdida. El Señor Gato la espera en su casa, como todos los jueves de los últimos cuatro meses. Al llegar, la Señora Coneja empieza por lavar los platos, luego los baños, de ahí las habitaciones, el ático, la sala, el comedor, deseando llegar al patio lo más pronto posible. El Señor Gato, después de abrirle la puerta, fue a esperarla en el patio, desenrollando una madeja de lana azul. Mientras limpia la mesa del comedor, involuntariamente la Señora Coneja golpea una urna dorada que se rompe con un ruido ahogado por la alfombra. La urna contiene las cenizas de la antigua sirvienta del Señor Gato, una tal Señora Canaria. La Señora Coneja se arrodilla y empieza a esparcir las cenizas sobre su cuerpo. Sale al patio. El Señor Gato la mira y no necesita preguntar nada para entender qué ha pasado. Recuerda la primera vez que la Señora Canaria le practicó una felación con ese pico que resultó no ser tan duro como parecía. Se acerca a la Señora Coneja, le cubre los ojos con varias vueltas de lana azul y mete su pene en la boca de su nueva sirvienta. Es la primera vez que lo hace; siempre temió esos dientes. Aproximadamente seis segundos después de eyacular siente la mordida. El dolor aumenta el placer. Mira a la Señora Coneja que, con los ojos aún vendados, mastica con delicia su golosina. Se le echa encima y la besa con fuerza. El Señor Gato siente el sabor de la sangre y el semen mezclados con la saliva. Lame las patas de la Señora Coneja que aún tienen algo de la ceniza de la Señora Canaria. Empieza a sonar el teléfono de la casa, pero lo ignoran. El Señor Conejo, al otro lado de la línea, cuelga y llama al Señor Jirafa. Tiene boletos para el teatro y no quiere ir solo.

29.2.12

Primer amor

Se conocieron de niños. Él 7, ella 9. Él competía secretamente con sus hermanos por estar el mayor tiempo posible con ella. Jugó con muñecas, cosa que sus hermanos no se atrevieron. La veía una vez al año, cuando ella venía con su familia de vacaciones. Él nunca se pensó enamorado, o por lo menos nunca usó esa palabra. Eso duró siete años. Al siguiente año ya no llegaron. De todos modos él tenía otras cosas de qué preocuparse. La tan mentada adolescencia. La volvió a ver después de catorce años. Se la encontró en una discoteca. No la reconoció de inmediato. Era simplemente una chica guapísima que tomaba una cerveza junto a la barra. La invitó a bailar. Le ofreció un trago de su botella. Drogada, la sacó de la discoteca. La llevó a su cuarto. Aún vivía con sus padres. La acostó en la cama. Empezó a desvestirla. Mientras le sacaba el pantalón, ella vomitó. Entonces la reconoció. Recordó las muñecas. Abrió la ventana para que entre el aire. Afuera estaba todo tan silencioso. Tan silencioso.

21.2.12

Monasterio

Nina golpea la puerta. No llueve, pero siente el mismo agobio de la empapadez. Es un monasterio grande y la monja que se acerca a abrirle la puerta se tarda 67 segundos en hacerlo. Poco más de un minuto. En ese tiempo Nina piensa en las cosas que la llevaron a pararse frente a esa puerta. No hay un hilo que las una, ni siquiera llega a laberinto. Golpea la puerta una sola vez, no insiste. Todo lo que se aglutina en su mente son meros bosquejos de historias que se le antojan incompletas, aún cuando la mayoría -pero esto ella no lo sabe- terminaron hace rato. El monasterio es una suerte de placebo. No busca la paz, eso lo tiene claro. Tampoco está resignada. Con esas certezas le basta. Se abre la puerta y Nina dispara.

20.1.12

Farmacia

-Buenos días señorita. Deme por favor una caja de condones.

La empleada de la farmacia es joven, no tendrá ni 20 años. Me parece bonita, debe quedarle bien el pelo suelto, por lo menos mejor que el moño que tiene ahora. Me sorprende que todavía haya gente que se ruborice por la palabra condones, y peor alguien que trabaja en una farmacia. Va hacia atrás y no me trae lo que le pedí.

-Aquí no vendemos eso.

Lo que me trae es una vieja con rulos. Aunque viéndola bien de joven seguro que fue hermosísima. De ley que mi viejo la conoce; en este pueblito todos los viejos se conocen. ¿Se la habrá tirado? No, mierda; otra vez soñaré con mi viejo desnudo, no puede haber cosa peor.

-Pero es una farmacia, ¿dónde más quiere que compre condones? ¿En la librería?

Ahora que recuerdo la Marcelita una vez se puso un libro entre las rodillas y me retó a que me la tire sin dejar caer el libro. Creo que era el álgebra de Baldor, aunque hubiese sido más poético si hubiésemos tenido a la mano una edición ilustrada de "La filosofía en el tocador" de Sade. Creo que fue su primera experiencia anal.

-Este es un negocio honrado, ¡hereje!

Bueno, si mi viejo la conoce no ha de ser de la iglesia. ¿Será que esta señora tuvo todos los hijos que diosito quiso darle? Los curas y sus métodos de persuasión, qué le vamos a hacer; como al cura de este pueblito no le gustan las niñas no tiene que estarse preocupando mucho del asunto de los condones.

-Créame señora, tampoco es que a mí me encante la idea de vestirlo a mi compañerito, pero a mi pelada la psicosearon en el colegio y, con el fin de buscar junto a ella un poco de sentido a este mundo cruel e incomprensible, necesito ahoritita una caja de preservativos.

Juraría que a la empleada de la farmacia le brillaron los ojitos, pero la dueña de la farmacia no entiende un carajo. Da un manotazo en el mostrador y con un dedo imperativo me muestra la salida. Salgo. Con lo que llevo en la billetera no me alcanza para un álgebra de Baldor; tocará probar con una de Condorito.

31.12.11

El internet en el tercer mundo

Querido diario:

Hoy me levanté temprano, la empleada madrugó a prender la aspiradora, la muy desconsiderada. Y yo que quería estar bien descansada a la hora de matarlo; voy a decirle a mi papi que la despida. Aunque cocina rico. El tigrillo que nos hizo hoy por la mañana me quitó el mal humor. La pistola la compró la Beba, pero ella no quiso involucrarse más. Tuve que inventarme una excusa para que mi mamá me deje salir de la casa antes de almuerzo. Por suerte el abuelito está enfermo y no puede hablar como para decir que no lo fui a visitar. La inútil de la Beba se olvidó de comprar las balas, y me salió que, como es un bebé, el cráneo lo tiene blandito y no costará mucho matarlo a culatazos de pistola. Me tocó explicarle que no quería mucha sangre en el asunto, pero luego me hizo caer en cuenta que con el balazo... esas cosas. No pude rebatirla. Volviendo a casa me encontré con un perrito atropellado, pobrecito, tenía la lengua afuera y una pata toda aplastada. Me miraba con unos ojazos, pero no pude ayudarlo: si me demoraba mucho mi papá me ponía castigo. Después del almuerzo ya le había perdonado todo a la empleada; ¡qué bien cocinan estas longas! A la hora de la siesta fui a la cuna de mi hermanito. Le tapé la nariz con los dedos para que se despierte; cuando empezó a llorar les dije a mis papis que me lo llevaba a mi cuarto para calmarlo y para que ellos sigan descansando. Lo acosté en mi cama y la llamé a la Beba por skype; después de colgarme dos veces aceptó acompañarme a la distancia. Por mala suerte, se cayó la conexión, maldito internet de mierda.

14.12.11

Epílogo

Entrevistador: No me refería a eso.

Hombre: Lo sé, pero debe admitir que fue una pregunta bastante cojuda.

E: ¿Quiere hacer usted mi trabajo? La gente se interesa por esas cosas.

H: La gente que se interesa por esas cosas no me interesa. Pero bueno, déjeme ponérselo de otro modo. Todos vamos a morir, ¿verdad? Es casi seguro que en esos últimos minutos no estará usted a mi lado con su cuadernito anotando mis últimas palabras.

E: Podría invitarme.

H: Podría. O podría ahora darle una lista, un top-five a lo Hornby, para que si no llega a tiempo escoja la que mejor le parezca.

E: ¿Y cree que a la gente le interese sus últimas palabras?

H: Eso es lo de menos. Anote. "Don't panic".

E: Esa me suena a plagio, pero no recuerdo de dónde. ¿La segunda?

H: "Digamos que entendieron solo para que no se sientan tan mal".

E: ¿La tercera?

H: "Se acabó el ensayo".

E: Es una referencia a Kundera, ¿verdad? ¿Cuántas vamos?

H: Faltan dos. "En un rato sabré si hay algo más, y no regresaré a contarles".

E: Si tiene desde ahora esa actitud, nadie estará a su lado en los minutos finales.

H: Me imagino que en ese momento importará poco. Vamos terminando. "Mi último error no parece que lo fuera".

E: ¿Su último qué?

24.11.11

Pacientes

"Andrés cuida de Laura mientras está en el hospital; los doctores son optimistas, pero eso no disminuye el dolor por las noches, y los analgésicos son cada vez menos eficientes. Él está ahí para ella, aunque Laura lo insulta constantemente y lo culpa por todo."

Sofía cierra el libro y se estira; tiene hambre y aún no decide si quedarse o salir. Andrés se asoma tímido; Sofía no puede verlo, pero él no lo sabe. Empieza a caminar por el pequeño departamento, enfrentándose a una solidez que hasta ahora solo intuía. Sofía entra al baño y Andrés se queda afuera, mirando la puerta entreabierta con una solidez en la entrepierna, igualmente novedosa.

"La familia de Laura la visita solo al mediodía que es, y ellos lo saben de antemano, cuando ella está de mejor humor. Ni siquiera entonces Andrés se aleja de su amada, aunque da igual, los reproches llegarán de todas maneras. Así le enseñaron a amar."

Sofía se sienta con su bandeja en una de las mesas del patio de comidas y Andrés, hecho el disimulado, se sienta en otra ubicada a tres mesas de distancia. La mira masticar y empieza a salivar, aunque desconoce lo que es el hambre. Antes de terminar su comida, Sofía recibe una llamada, y Andrés aprende lo que es la curiosidad de manera pragmática.

"El doctor de cabecera lleva a Andrés a la central de enfermería: los últimos resultados indican que la situación de Laura no tiene remedio; es cuestión de días. Andrés intuye que no es la primera vez que recibe esta noticia, y se sorprende pensando en un futuro mejor sin Laura, con una idea de la paz metida entre líneas."

Sofía llega a casa de su novio y empieza a desnudarse en la sala. Andrés está acomodado tras la puerta de la cocina, y de golpe entiende el dolor de Laura; le entran ganas de llorar. Cuando empiezan los gemidos decide meterse en el congelador y acurrucarse junto al helado de ron-pasas. Quiere recordar qué significaba la paz, pero el sueño lo vence.

"Andrés recibe las condolencias de familiares y amigos. Después del funeral, se suicida. Todos especulan, pero nadie da con la verdadera motivación del proyecto final de Andrés."

18.11.11

Veterinaria

Alicia manejaba hacia la guardería en busca de Carlitos cuando atropelló a Karla. La perra estaba escapando de su dueño, un ciego cascarrabias; podría argumentarse que no soportaba el maltrato de su dueño, pero quiénes somos nosotros para hablar por ella. Alicia paró, subió a la perra en el asiento del copiloto y siguió hacia la guardería. Tenía el nombre y la dirección de la perra en un collar, y decidió hacerla chequear antes de buscar a sus dueños. Carlitos había peleado ese día con su "novia" y estaba de mal humor. Camino a la veterinaria Carlitos abrió la ventanilla de su lado y tiró a la perra. Alicia no se detuvo. Recordó todas las veces que, durante su embarazo, quiso abortar. Llegó a la casa del ciego. Dejó a Carlitos en la puerta, timbró, y se fue.

3.11.11

Dulces

Diana despierta despacio. Cuarta borrachera, y aún no termina la semana. Habitación desconocida nuevamente. Se asoma al filo de la cama y vomita. Ve su vestido en el piso, roto y ahora más sucio de lo que ya estaba. Se limpia la boca con la sábana. Se vuelve a dormir.

Diana está parada en la mitad de un puente. Se asoma al filo y ve un río estático. Salta del puente pero no cae, así que empieza a caminar por el aire. Alcanza la cima de un nevado y se sienta en un viejo sofá. Por detrás del sofá asoma su abuela materna. A la abuela le falta un brazo, y Diana la abraza y se le ríe porque el abrazo de la abuela es incompleto. La viejita también se ríe, pero al rato le da un ataque de tos que la tumba al piso y empieza a rodar por la ladera, cada vez más rápido. Diana corre detrás, pero no la alcanza. Se detiene junto a un árbol seco. Se baja el pantalón y empieza a orinar.

El calor en la entrepierna la vuelve a despertar. Quiere levantarse, pero tiene dolores distribuidos por diferentes partes de su cuerpo. Haciendo un esfuerzo logra incorporarse un poco. Recién ahí se da cuenta que no está sola en la cama. Tarda un poco en reconocerlo. Es el novio de su prima. Decide que sacará conclusiones luego. Se levanta despacio y empieza a ponerse su vestido rosado, pensando en cómo será cuando cumpla los dieciséis.

27.10.11

Micrófono

Llega a la cabina y empieza a encender los equipos. Su programa hace rato dejó de tener interés alguno, tanto para él como para quienes lo escuchaban. Igual enciende los equipos. Falta casi media hora para empezar. Abre la carpeta de canciones-del-recuerdo. Recuerda llenar su botella de agua en el grifo del baño. "El pasado siempre fue mejor". No, necesita otra frase para empezar su programa. En el baño está la caja de breakers. La abre. Posa su índice derecho sobre uno de ellos; el más importante. Las ganas de apagarlo todo, de golpe. No es una sensación nueva. Ser cobarde tampoco es nuevo. Cierra la caja. Escucha la música de introducción a su programa. No se dio cuenta que pasó tan rápido el tiempo. Sale del baño con su botella en la mano. Se sienta. Abre el micrófono. Dios está al aire.

25.12.06

Empieza el olvido

Y es más o menos como nacer, la abolición del útero y todo eso: empieza el olvido. Se hace la luz y todo se vuelve confuso. Los ruidos, los ruidos, los ruidos, voces que me llaman y no puedo entender. La mayor parte del tiempo me la paso mirando el techo, y claro, no falta el chistoso que se interpone en el medio, como si su cara fuera algo interesante. Me mecen, siento el vaivén, la incertidumbre, la ausencia de la paz, el contacto con los otros. Todo es nuevo e inodoro. Madre, tengo miedo, tengo frío: abrázame.