26.7.05

Sala de velación G (vol. I)

Bienvenidos a la sala de velación G. Si usted no ha pisado este recinto anteriormente, permítame mostrárselo.

Una puerta de cristal nos separa del mundo exterior, mundo exterior lleno de muertos y de vivos. Alégrese: cruzando la puerta reducen las posibilidades de que usted esté muerto, el único muerto acá adentro es el encajonado en el féretro (aunque, claro, no todos se alegrarán de ello: cuestión de perspectivas). La puerta, debido a sus cristalinas propiedades, les permite a los de afuera disfrutar o compadecerse del dolor de los de adentro; además estos pueden comprobar si adentro están los deudos de su elección, no vaya a ser que terminen llorando a un muerto que no sea el que les interese. Para algunos, sus lágrimas son lo suficientemente valiosas como para andar derramándolas por cualquiera.

Entrando a mano izquierda ustedes podrán encontrar bajo el extintor un atrio donde reposa el registro de firmas. Es muy importante para la persona encajonada que usted, luego de verificar que no está en la sala equivocada, deje registrado su nombre y su firma en las hojitas dispuestas para dicho fin; el por qué de la importancia de este pequeño acto no me quedó muy claro en realidad, es que los encajonados son más bien parcos a la hora de dar explicaciones. Pero vamos, usted sólo firme, no es nada complicado, un par de trazos con una estilográfica no lo van a matar.

Una vez que ha firmado puede sentarse en una de las diez bancas (cinco a cada lado de la sala, con una capacidad cada una de cinco personas de contextura mediana aproximadamente) que ocupan casi la totalidad de la sala. Y es que, permítaseme insistir, la afluencia de vivos a este tipo de salas es mayor que la de los cadáveres, entonces se encuentra lógico que sea mayor el área destinada a estos que a los muertos. Si usted ha intuido que el ambiente de la reunión iba a estar como que opaco, y ha creído conveniente tratar de amenizarlo con un ramo de flores, sería lo más indicado pasar y dejar dicho ramo en la parte anterior de la sala, al frente o a un costado del féretro, antes de que ocupe su asiento.

Oh, casi lo olvido, sabrá disculpar usted un pequeño descuido: el saludo a los deudos. Sería muy desconsiderado de parte uno llegar y sentarse así como así, sin la menor consideración hacia los dueños de la fiesta. Luego de firmar y adornar con flores el costado del féretro (esto último opcional, creo que quedó claro), dicta la costumbre que es el momento propicio para acercarse donde los familiares más inmediatos del encajonado para darles el “sentido pésame”, independientemente de si usted siente el peso o no (el peso, el pesar, algo así: cuestión de costumbres).

Ahora sí puede usted tomar asiento. Una vez sentado puede ponerse a charlar con su vecino sobre lo bueno que era el finadito (no importa si el encajonado era bueno o malo, eso es lo de menos, cualquier comentario sarcástico con respecto al finadito se ruega hacerlo al otro lado de la puerta de vidrio, me imagino ha de ser para que el encajonado no escuche); puede ponerse a golpear el pecho y rogar al dios de su elección que sepa abrir la puerta para ir a jugar (ir a jugar con el finadito, claro, que el resto nos quedamos jugando por acá abajo un rato más aún); puede abrir su periódico y enterarse de cosas que al finadito a estas alturas lo traen sin cuidado (como el porcentaje de inflación en el último mes o el resultado de un partido de fútbol); o puede prestarme un poco de atención para terminar con este pequeño tour por la sala de velación G.

Si siente una pequeña brisa en la espalda y el cuello, no vaya usted a creer que el encajonado se ha salido y se ha puesto a soplar atrás de usted; no, si en verdad cree eso creo que usted es un ridículo y le rogaría volver a cruzar la puerta de cristal mencionada al inicio. Se trata más bien de que usted se ha sentado en una de las cinco bancas del lado derecho de la sala y está siendo beneficiado de la agradable brisa proporcionada por el ventilador “Elektro”, el cual, por cierto, por sí sólo hace más bulla que el resto de presentes en la sala (sin contar tal vez a la mamá/esposa/hija del finadito y sus estertores). Recorriendo con la vista las paredes nos encontramos con algunos carteles destinados a que nuestra estadía en esta sala sea lo más grata posible; los carteles, a saber, rezan: “no manchar las paredes”, “colabore con el aseo”, “gracias por no fumar”, “se ruega hacer silencio”, y dos adicionales que con su típico círculo tachado conminan a los asistentes a no ingerir bebidas alcohólicas dentro de la sala y a apagar sus celulares.

Si usted levanta la vista, notará una gran mancha de humedad en el techo, justamente encima del féretro. Hay quien dice que la mancha es una representación física de la ascensión de las almas, mientras que para otros tan sólo es una representación física del maldito calor que hace en esta ciudad unido a algún error en la construcción de la sala. En la parte posterior de la sala está el baño junto a un pequeño cuartito de dónde en un momento dado salen un par de señoritas, vestidas como enfermeras, que brindan café y aguas aromáticas en pequeños vasitos blancos de plástico a los asistentes. No sabría describirles a cabalidad estos dos últimos apartados dado que nunca entré en ellos, por lo que si usted desea más detalles sobre los mismos puede visitar la sala de velación G de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

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