1.8.05

Sala de velación G (vol. III)

A diferencia del personaje de Fito en su canción “Flores en su entierro” (si no has escuchado la canción referida anda consigue el disco de Sabina & Páez, no te arrepentirás), yo no quiero flores en mi entierro. No es porque crea que las flores le vayan a quitar protagonismo a mi ataúd (ya estoy trabajando en el diseño de un par de modelos que escandalicen a cualquier curuchupa que se asome por mi velorio sin que tenga vela en ese entierro, literalmente), sino porque simplemente no me gustan las flores: ni regalarlas ni recibirlas, ni de vivo ni de muerto.

Lo que sí tiene que haber en mi velorio es música: la banda sonora de mi vida. Tengo lista ya una lista de canciones, aunque, claro, de aquí hasta que me muera pueden ir ingresando algunas canciones y saliendo otras. Si alguien quiere cantar que cante: la muerte no tiene que ser todo sufrimiento para los que quedan, por lo menos no la mía. Es más: una imagen ideal sería el grupo de mis amigos más cercanos, todos abrazados, con una botella en medio (de lo que sea, eso es irrelevante) y cantando alguna canción que a todos (o por lo menos a la mayoría) nos haya gustado.

Los sermones, ahora que estoy vivo, no me emocionan mucho que digamos. En mi velorio preferiría que alguien se pare y lea “Conducta en los velorios”, relato publicado por Julio Cortázar en su libro “Historias de cronopios y de famas”, en el apartado “Ocupaciones raras”. También podría servir cualquiera de los relatos cortos de Pablo Palacio, por la pura gana de joder. Si, de todas maneras, alguien insiste en traer a colación alguna historia bíblica, se ruega que se lea la historia de Jonás, que desde chiquito ha sido la que más me ha fascinado.

Si me llegan a velar en la sala de velación G, o en una con características similares, ruego a cualquiera que esté leyendo esto que se adelante un par de horas a la llegada del ataúd para que tape todos los carteles prohibitivos: en mi funeral el que quiera puede fumar, el que quiera puede tomar, el que quiera puede ponerse a hablar de cosas más alegres por su celular; a mí en realidad me ha de dar lo mismo, total ya estaré muerto, y a los muertos pocas cosas les importan ya (en el caso de que les importe algo en absoluto); pueden dejar visibles los cartelitos de no ensuciar y de no manchar las paredes, tampoco se trata de hacer vandalismo en el local.


Si, por otro lado, no me llegan a velar, no es algo que me vaya a molestar tampoco. Para ser lo más honesto posible, que hagan con mis restos lo que quieran: voy a estar muerto, los muertos no reclaman, todo lo que quiero que se recuerde de mí será lo que hice en vida; y ni siquiera eso, que recuerden lo que les de la gana. De niño cuando acompañaba a mis padres a algún velorio o entierro me desagradaba la idea de que a mí me llegasen a sepultar para terminar comido por los gusanos; cuando luego me enteré del proceso de cremación se me metió entre ceja y oreja que esa era la manera ideal de volver a la nada. Ahora no me importa nada de eso: cuando me muera estaré muerto, no sé si es verdad lo de la reencarnación, no sé si es verdad lo de las tres estaciones de Dante, no sé si es verdad que volvemos al vacío, no sé nada, pero intuyo que a mi futuro cadáver no le disgustará en absoluto lo que le hagan mis deudos.

Que en paz descansen.

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