12.6.06

Danza

Lucía es profesora de primaria; tiene 27 años de edad, 6 años de casada y una nena de 4 años. El jueves 11 de mayo, la escuela donde ella labora organizó un programa especial por conmemorarse su aniversario número 50. Para tal ocasión, Lucía tuvo que armar junto a sus alumnos un periódico mural sobre el tema “Los más grandes literatos del país”, y además le tocó participar en una danza típica. Lucía detesta bailar.

Aquella mañana la alarma la despertó a las 6 y media de la mañana; se levantó sin siquiera regresar a ver si su esposo se despertó también y fue a preparar su desayuno y el de la nena. A las 7 y diez el expreso llevó a su hija al jardín y diez minutos después ella salió de casa, cargando a) en una funda el traje que Mercedes le había prestado el día anterior, y b) en una carpeta notas biográficas de Jorge Enrique Adoum y de Ángel Felicísimo Rojas que había conseguido a última hora.

Mercedes pertenece al grupo de danza universitario Jahua Ñan. Siempre que tenía alguna presentación llamaba a Lucía para invitarla, pero Lucía nunca iba; simplemente el baile no le llamaba la atención. Lucía recuerda que alguna vez Mercedes le explicó que Jahua Ñan significa “camino arriba”, pero olvidó si venía del quechua o de algún otro dialecto. Cuando Mercedes se enteró de que Lucía necesitaba uno de sus trajes para una presentación escolar, eligió prestarle su traje de Zuleta: una pollera negra, una falda roja plisada, la forchalina crema y una de sus mejores blusas tejidas. Al entregárselo le explicó que debería cubrirse ambos hombros con la forchalina para representar a una mujer casada; cubrirse un solo hombro denota soltería.

El baile no les salió muy bien que digamos; los tres días que practicaron con Karen, la profesora de educación física, no dieron los resultados esperados; pero de todas maneras Lucía asumió que no muchos de los padres de familia presentes tendrían conocimientos ¿críticos? sobre las danzas típicas de la región. Su periódico mural no fue muy visitado, y eso la entristeció más que el baile en sí, pero bueno, si a los demás no les interesaba la literatura era el problema de ellos, no suyo. Paulina, la profesora de inglés, que también formó parte de la danza, la convenció de que se fueran a tomar unas cervezas tal y como estaban vestidas. Mientras se encaminaban al bar Lucía se preguntaba que por qué no había opuesto resistencia a la proposición de salir con ese traje tan ridículo, pero no halló ninguna respuesta satisfactoria.

Paulina no era precisamente la mejor amiga que Lucía tenía entre sus colegas, pero le gustaba conversar con ella. Por ratos a Lucía la intimidaba la impúdica manera de decir la verdad de Paulina. Después de hacer un breve recuento de los aciertos y los fracasos de la fiesta de la escuela, Paulina empezó a rememorar, cuando llegó la segunda cerveza, los días previos a su divorcio. Le explicó a Lucía que su ex esposo no era tan malo en realidad, sino que simplemente a ella no le costó más de tres años empezar a hartarse de verlo despertar a su lado por las mañanas. Lucía empezó a cuestionarse acerca de su propio matrimonio: no se sentía infeliz, aunque tampoco exultante; su esposo, desde que dejó de beber, ya no le gritaba, aunque siempre había deseado que se mostrase más cariñoso; eso sí, ambos adoraban a su nena, y ella era feliz, y eso iluminaba interiormente a Lucía. Mientras cavilaba, Lucía perdió el hilo de la conversación, por lo que simplemente asintió cuando escuchó a Paulina decir “antes de que nos arrepintamos”; no sabía a que se refería, pero como vio que su amiga empezaba a levantarse, la imitó.

Al llegar a casa, Lucía vio que su esposo estaba viendo televisión en la sala; este le preguntó que qué tal le había ido, pero como el volumen estaba muy alto y ella estaba muy cansada ni siquiera lo escuchó y pasó directamente a su habitación. Encima de la cama encontró aún restos de papeles recortados, y una biografía de Abdón Ubidia que no se animó a incluir. Se paró frente al espejo y sonrió; se sentía ridícula con ese traje, pero ya no le parecía tan odioso; incluso pensó en comprarse sus propias alpargatas, no sabía muy bien para qué. Se estaba sacando los collares cuando escuchó que se apagaba la televisión. Cuando empezó a desamarrarse la falda plisada (roja) escuchó la voz de su esposo desde el umbral de la puerta de la habitación:

-No te la saques, nunca me he tirado a una india.

-...

-¿Por qué pones esa cara?

-Antes de que nos arrepintamos... claro.


La pequeña Ximena estaba jugando en su habitación. No sabía que su mami ya había llegado a la casa. Mientras peinaba a Lidia, su muñeca favorita, escuchó el llanto de su madre en la habitación de al lado, y poco después un ruido como el del vidrio al romperse. Abrazando a su muñeca, sintió miedo; no sabía muy bien por qué.

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