Dibujante
No recuerda Andrea haber sentido una excitación tan profunda en los cuatro años en que estuvo casada como en esa noche en particular; se revolcaba entre las sábanas esperando que el ardor entre sus piernas se apaciguara por si sólo, sabiendo de antemano que masturbarse no haría más que agravar la situación; de a poco, casi sin percatarse de ello, fue quitándose el pijama, sintiendo un calor extraño en su cara; era un estado desesperante, hasta que al fin se decidió: se levantó, se puso una blusa negra sin mangas, una falda ceñida al cuerpo del mismo color que le llegaba hasta las rodillas, las primeras zapatillas que encontró y salió; la ropa interior hubiese estado demás.
Eran apenas las nueve y media de la noche; subió a su carro, puso el Greatest hits de Björk y se quedó ahí sentada alrededor de unos cinco minutos tratando de ordenar las ideas en su cabeza: había salido de su departamento y ese primer paso ya era considerable, ahora era el turno de escoger a alguien que le ayude a conseguir un par de orgasmos; hace siete meses se había divorciado, y durante ese tiempo había fornicado con Otto, un ex enamorado de su etapa universitaria, y con Hugo, un amigo de su ex esposo que siempre le había gustado aunque en el fondo pensara que no era más que un baboso de esos que no saben hablar de otra cosa que no sea fútbol; pero esa noche en particular la sentía de alguna manera especial, aunque no pudiese dar detalles de que era precisamente lo que la hacía especial, pero eso no le molestaba: era una noche especial y ninguno de sus dos amantes provisionales cumplían los requisitos para compartir sus placeres en dicha ocasión; tendría que buscar a un extraño, eso era lo apropiado, tendría que ser algo irrepetible; puso primera y arrancó.
Recorriendo las primeras cuadras sintió que los ánimos la iban abandonando, y la duda de poder llevar satisfactoriamente a cabo su aventura iba apoderándose de ella; sin darse cuenta Andrea fue disminuyendo la velocidad, lo cual le resultó conveniente para avanzar a frenar en una intersección que empezaba a cruzar teniendo luz roja en su carril; no gritó, pero sí se asustó, a la par que se iba dando cuenta que no era tan decidida como pensaba serlo; se río de sí misma y se dirigió a uno de sus bares favoritos; con suerte encontraría allí a un par de amigas y flagelaría con tequila su falso orgullo.
Entró al bar un poco más calmada; por no pensar en ella, su excitación había disminuido notablemente, y eso la alegró; se dio una vuelta por el lugar pero no encontró a nadie conocido; le pareció haber visto a una prima de su ex esposo en una mesa esquinera pero no estaba del todo segura; se sentó en la barra y pidió un Margarita; estaba sonando un set de canciones de The Doors, y aunque no era precisamente su banda favorita igual tarareaba las letras que se las sabía de memoria; la caída de un vaso hizo que volteara la cabeza y sin esperárselo sus ojos se encontraron con los de un jovencito que estaba sentado sólo en una mesa junto a la pared, con una cerveza y un cuaderno encima de la mesa; el contacto visual no sobrepasó los tres segundos pero fueron suficientes para que el ardor vuelva a invadir todos los rincones del cuerpo de Andrea; ni siquiera lo pensó: cogió su copa de la barra, caminó el trecho que la separaba de la mesa sintiendo sus piernas temblar, se sentó, puso la copa sobre la mesa, encendió un cigarrillo y le tendió la mano a aquel extraño.
Imperceptiblemente los labios de Andrea temblaban mientras observaba el rostro aniñado del tipo que estaba al otro lado de la mesa; su tez era trigueña, su cabello negro, sus facciones suaves, usaba lentes, parecía no tener más de 20 años; no era precisamente el tipo de hombre que Andrea prefería para compartir su lecho, pero ella notó algo en su mirada que la desarmó por completo: no se lo podía explicar muy bien, era algo así como una mezcla de tranquilidad, paz y lujuria, como si tal mezcla fuese posible; se fijó que en la hoja abierta del cuaderno sobre la mesa se distinguía un dibujo, algo abstracto, parecía una puerta o una ventana, no lo tenía claro; Andrea le propuso las reglas del juego: tendrían una noche de sexo, no intercambiarían información personal entre ellos, ni sus nombres ni nada, irían en su carro a un motel y ella pagaría la habitación, él podría besarla donde quisiera menos en la boca, a la mañana siguiente él tendría que tomar un taxi; el joven la escuchó con una atención que la turbaba, y a lo que terminó de hablar una media sonrisa en sus labios y un brillo en sus ojos le indicaron que aceptaba jugar con ella.
Dejaron inmediatamente el bar y enfilaron rumbo al motel favorito de Andrea; en el carro casi ni hablaron, aunque ella se sorprendió al escuchar a su acompañante cantando las canciones de Björk: no se lo esperaba; tampoco se esperaba tanta maestría sexual en alguien tan joven: no tuvo ningún problema en encontrar su clítoris y estimularlo con la lengua, parecía retardar su eyaculación a su antojo, apretaba sus senos con la presión justa y necesaria y mordisqueaba sus pezones con una suavidad ejemplar; Andrea alcanzó tres orgasmos, su amante dos; al final no se pudo contener las ganas y empezó a besar sus labios, primero despacio, delicadamente, luego con una furia de hambre, de sed, con una desesperación similar a la que sienten los ahogados; sus labios se separaron, ella encendió un cigarrillo y se recostó en el pecho de su amante, y sin ninguna advertencia previa él empezó a hablar, pero parecía que no hablase con ella, sino con un interlocutor invisible; hablaba consigo mismo tal vez, en un tono que uno usaría para contarle un cuento a un niño antes de dormir: «Era un día nublado, mis papás me habían dejado sólo en la casa sin avisarme que iban a salir, pero yo no tenía miedo, era apenas un niño pero no tenía miedo... no, mentira, sí tenía miedo, no estaba acostumbrado a estar sólo, siempre tenía que haber alguien cerca, quien sea, eso no importaba, en ese tiempo la gente aún no se dividía en buenos y malos, simplemente tenía que haber alguien... era un equilibrio o algo parecido, yo estaba de un lado de la balanza y el otro platillo estaba vacío y no podía estar vacío, mis papás no tenían que haber salido, fue la primera vez que los odié, incluso fui a la cocina y agarré un cuchillo y juré que los iba a matar a lo que regresaran, no me tenían que hacer esas cosas a mí... en fin, volví a dejar el cuchillo en seguida a la cocina, sabía que no los podía matar por más que los odiara, y lloré y no tenía claro por qué lloraba, podía ser por el miedo de estar sólo, pero también podía ser por haber querido matarlos a mis papás, y era aún en esos días en que Dios era omnipresente y de seguro que me había visto con el cuchillo en la mano y era más seguro aún que me había leído la mente y eso me daba más miedo aún... de repente empezó a llover y de inmediato dejé de llorar y de pensar en Dios, salí al patio como hipnotizado y la lluvia era torrencial y en cuestión de segundos toda mi ropa estaba empapada, totalmente empapada, pero no tenía frío, todo volvía a estar bien, pero no era ya como antes, era un estar-bien diferente, nuevo, desde adentro más que desde afuera, y volví a llorar pero ya no pensaba ni en Dios ni en mis padres, sabía que estaba sólo y lo aceptaba y lo disfrutaba... empecé a sacarme la ropa en medio del patio...»
Andrea no se enteró del final de la historia, el sueño pudo más, aparte de que la voz de su amante era un arrullo para sus oídos; al despertar vio que su reloj marcaba las nueve de la mañana, y de inmediato notó que estaba sola en la habitación; entró en el baño, se tomó su tiempo debajo de la ducha, luego se quedó viendo su imagen en el espejo: ya no era tan joven, pero eso no le molestaba en lo absoluto, incluso empezó a sentirse orgullosa de ello; a lo que recogió su ropa del piso se encontró con una hoja de papel dentro de su falda: era el dibujo de un elefante con unas burbujitas por encima de su lomo, como si se tratase de un elefante efervescente.
Eran apenas las nueve y media de la noche; subió a su carro, puso el Greatest hits de Björk y se quedó ahí sentada alrededor de unos cinco minutos tratando de ordenar las ideas en su cabeza: había salido de su departamento y ese primer paso ya era considerable, ahora era el turno de escoger a alguien que le ayude a conseguir un par de orgasmos; hace siete meses se había divorciado, y durante ese tiempo había fornicado con Otto, un ex enamorado de su etapa universitaria, y con Hugo, un amigo de su ex esposo que siempre le había gustado aunque en el fondo pensara que no era más que un baboso de esos que no saben hablar de otra cosa que no sea fútbol; pero esa noche en particular la sentía de alguna manera especial, aunque no pudiese dar detalles de que era precisamente lo que la hacía especial, pero eso no le molestaba: era una noche especial y ninguno de sus dos amantes provisionales cumplían los requisitos para compartir sus placeres en dicha ocasión; tendría que buscar a un extraño, eso era lo apropiado, tendría que ser algo irrepetible; puso primera y arrancó.
Recorriendo las primeras cuadras sintió que los ánimos la iban abandonando, y la duda de poder llevar satisfactoriamente a cabo su aventura iba apoderándose de ella; sin darse cuenta Andrea fue disminuyendo la velocidad, lo cual le resultó conveniente para avanzar a frenar en una intersección que empezaba a cruzar teniendo luz roja en su carril; no gritó, pero sí se asustó, a la par que se iba dando cuenta que no era tan decidida como pensaba serlo; se río de sí misma y se dirigió a uno de sus bares favoritos; con suerte encontraría allí a un par de amigas y flagelaría con tequila su falso orgullo.
Entró al bar un poco más calmada; por no pensar en ella, su excitación había disminuido notablemente, y eso la alegró; se dio una vuelta por el lugar pero no encontró a nadie conocido; le pareció haber visto a una prima de su ex esposo en una mesa esquinera pero no estaba del todo segura; se sentó en la barra y pidió un Margarita; estaba sonando un set de canciones de The Doors, y aunque no era precisamente su banda favorita igual tarareaba las letras que se las sabía de memoria; la caída de un vaso hizo que volteara la cabeza y sin esperárselo sus ojos se encontraron con los de un jovencito que estaba sentado sólo en una mesa junto a la pared, con una cerveza y un cuaderno encima de la mesa; el contacto visual no sobrepasó los tres segundos pero fueron suficientes para que el ardor vuelva a invadir todos los rincones del cuerpo de Andrea; ni siquiera lo pensó: cogió su copa de la barra, caminó el trecho que la separaba de la mesa sintiendo sus piernas temblar, se sentó, puso la copa sobre la mesa, encendió un cigarrillo y le tendió la mano a aquel extraño.
Imperceptiblemente los labios de Andrea temblaban mientras observaba el rostro aniñado del tipo que estaba al otro lado de la mesa; su tez era trigueña, su cabello negro, sus facciones suaves, usaba lentes, parecía no tener más de 20 años; no era precisamente el tipo de hombre que Andrea prefería para compartir su lecho, pero ella notó algo en su mirada que la desarmó por completo: no se lo podía explicar muy bien, era algo así como una mezcla de tranquilidad, paz y lujuria, como si tal mezcla fuese posible; se fijó que en la hoja abierta del cuaderno sobre la mesa se distinguía un dibujo, algo abstracto, parecía una puerta o una ventana, no lo tenía claro; Andrea le propuso las reglas del juego: tendrían una noche de sexo, no intercambiarían información personal entre ellos, ni sus nombres ni nada, irían en su carro a un motel y ella pagaría la habitación, él podría besarla donde quisiera menos en la boca, a la mañana siguiente él tendría que tomar un taxi; el joven la escuchó con una atención que la turbaba, y a lo que terminó de hablar una media sonrisa en sus labios y un brillo en sus ojos le indicaron que aceptaba jugar con ella.
Dejaron inmediatamente el bar y enfilaron rumbo al motel favorito de Andrea; en el carro casi ni hablaron, aunque ella se sorprendió al escuchar a su acompañante cantando las canciones de Björk: no se lo esperaba; tampoco se esperaba tanta maestría sexual en alguien tan joven: no tuvo ningún problema en encontrar su clítoris y estimularlo con la lengua, parecía retardar su eyaculación a su antojo, apretaba sus senos con la presión justa y necesaria y mordisqueaba sus pezones con una suavidad ejemplar; Andrea alcanzó tres orgasmos, su amante dos; al final no se pudo contener las ganas y empezó a besar sus labios, primero despacio, delicadamente, luego con una furia de hambre, de sed, con una desesperación similar a la que sienten los ahogados; sus labios se separaron, ella encendió un cigarrillo y se recostó en el pecho de su amante, y sin ninguna advertencia previa él empezó a hablar, pero parecía que no hablase con ella, sino con un interlocutor invisible; hablaba consigo mismo tal vez, en un tono que uno usaría para contarle un cuento a un niño antes de dormir: «Era un día nublado, mis papás me habían dejado sólo en la casa sin avisarme que iban a salir, pero yo no tenía miedo, era apenas un niño pero no tenía miedo... no, mentira, sí tenía miedo, no estaba acostumbrado a estar sólo, siempre tenía que haber alguien cerca, quien sea, eso no importaba, en ese tiempo la gente aún no se dividía en buenos y malos, simplemente tenía que haber alguien... era un equilibrio o algo parecido, yo estaba de un lado de la balanza y el otro platillo estaba vacío y no podía estar vacío, mis papás no tenían que haber salido, fue la primera vez que los odié, incluso fui a la cocina y agarré un cuchillo y juré que los iba a matar a lo que regresaran, no me tenían que hacer esas cosas a mí... en fin, volví a dejar el cuchillo en seguida a la cocina, sabía que no los podía matar por más que los odiara, y lloré y no tenía claro por qué lloraba, podía ser por el miedo de estar sólo, pero también podía ser por haber querido matarlos a mis papás, y era aún en esos días en que Dios era omnipresente y de seguro que me había visto con el cuchillo en la mano y era más seguro aún que me había leído la mente y eso me daba más miedo aún... de repente empezó a llover y de inmediato dejé de llorar y de pensar en Dios, salí al patio como hipnotizado y la lluvia era torrencial y en cuestión de segundos toda mi ropa estaba empapada, totalmente empapada, pero no tenía frío, todo volvía a estar bien, pero no era ya como antes, era un estar-bien diferente, nuevo, desde adentro más que desde afuera, y volví a llorar pero ya no pensaba ni en Dios ni en mis padres, sabía que estaba sólo y lo aceptaba y lo disfrutaba... empecé a sacarme la ropa en medio del patio...»
Andrea no se enteró del final de la historia, el sueño pudo más, aparte de que la voz de su amante era un arrullo para sus oídos; al despertar vio que su reloj marcaba las nueve de la mañana, y de inmediato notó que estaba sola en la habitación; entró en el baño, se tomó su tiempo debajo de la ducha, luego se quedó viendo su imagen en el espejo: ya no era tan joven, pero eso no le molestaba en lo absoluto, incluso empezó a sentirse orgullosa de ello; a lo que recogió su ropa del piso se encontró con una hoja de papel dentro de su falda: era el dibujo de un elefante con unas burbujitas por encima de su lomo, como si se tratase de un elefante efervescente.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal