9.10.06

Cajón

Cerró el cajón de inmediato y se quedó ahí sentado en el borde de la cama, con la respiración agitada y las manos temblorosas.

Fermndoms, fermndoms, fermndoms, fermndoms, fermndoooo...

No era una voz precisamente; el sonido, o ruido, o voz, pero no era una voz, no lo había escuchado nunca antes, y mientras más se esforzaba en compararlo con algo inteligible más crecía la confusión, y la erección, porque en los pocos segundos que el cajón permaneció abierto sintió que una considerable cantidad de sangre fluyó hacia su pene, y dolía. El sonido, o ruido, o voz, pero no era una voz, cesó cuando cerró el cajón.

En el velador hay tres cajones, y el que nos interesa ahora es el segundo. En dicho cajón tenemos: un espejo, una piedra comprada en una tienda de chinos que se supone venir del que fue el muro de Berlín, un diccionario inglés-español y no viceversa, un destornillador, tres encendedores de los cuales sólo uno vale, un muñeco de Buzz Lightyear de una cajita feliz, una foto de una vagina depilada y un esfero rojo.

Mientras la erección iba disminuyendo estuvo tentado de abrir los otros dos cajones, no por buscar algo en ellos, pero tuvo miedo. ¿Estaré soñando? Pregunta estúpida donde las haya. ¿Y ahora? A lavarse la cara, ¿qué más puedo hacer? Estaba abriendo la puerta del baño cuando sonó el timbre, y no pudo reprimir el grito leve y la taquicardia desbocada.

En la puerta encontró a una señora algo mayor, con una larga falda negra y una blusa marrón, sin canas. Vendedora de cosméticos. Quiso contarle todo, hacerla su confidente, pero no halló las palabras. Pensará que estoy loco, seguro. Le compró una crema para las manos, baratísima, una verdadera ganga, y de repente empezó a imaginar que la respuesta estaba en ese tarrito, que lo abriría y no encontraría crema para las manos, sino otra cosa, cualquier otra cosa. La señora sonreía, apacible, casi hermosa, casi.

Cerró la puerta, la mano derecha se negaba a soltar el pomo, la mano izquierda apretaba el tarrito de la crema con más fuerza que la necesaria. Quiso abrir la puerta, seguir a la señora, ayudarle a cargar la bolsa de cosméticos, cualquier cosa, no volver a entrar a la habitación, a la habitación, al cajón, el cajón, ese cajón que una vez más tenía al frente suyo. Nuevamente estaba sentado en el borde de la cama, pero ahora su mano izquierda sostenía un tarrito, chiquito, de crema para las manos, baratísima, una verdadera ganga.

Respiró profundo, abrió el cajón, agarró el esfero rojo y movió un poco el muñeco de Buzz Lightyear para hacerle espacio al tarrito de crema para las manos. Ni siquiera abrió el tarrito, ¿para qué lo compré si no necesito crema para mis manos? Cerró el cajón, casi feliz, sin ruidos extraños ni erecciones dolorosas, y con el esfero rojo en su mano derecha. ¿Y para qué era que quería el esfero? Le faltaba el diccionario, necesitaba traducir una palabra. Abrió nuevamente el cajón y fermndoms, fermndoms, f.

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