18.3.12

Cenizas

La Señora Coneja camina nerviosa, excitada, con la mirada perdida. El Señor Gato la espera en su casa, como todos los jueves de los últimos cuatro meses. Al llegar, la Señora Coneja empieza por lavar los platos, luego los baños, de ahí las habitaciones, el ático, la sala, el comedor, deseando llegar al patio lo más pronto posible. El Señor Gato, después de abrirle la puerta, fue a esperarla en el patio, desenrollando una madeja de lana azul. Mientras limpia la mesa del comedor, involuntariamente la Señora Coneja golpea una urna dorada que se rompe con un ruido ahogado por la alfombra. La urna contiene las cenizas de la antigua sirvienta del Señor Gato, una tal Señora Canaria. La Señora Coneja se arrodilla y empieza a esparcir las cenizas sobre su cuerpo. Sale al patio. El Señor Gato la mira y no necesita preguntar nada para entender qué ha pasado. Recuerda la primera vez que la Señora Canaria le practicó una felación con ese pico que resultó no ser tan duro como parecía. Se acerca a la Señora Coneja, le cubre los ojos con varias vueltas de lana azul y mete su pene en la boca de su nueva sirvienta. Es la primera vez que lo hace; siempre temió esos dientes. Aproximadamente seis segundos después de eyacular siente la mordida. El dolor aumenta el placer. Mira a la Señora Coneja que, con los ojos aún vendados, mastica con delicia su golosina. Se le echa encima y la besa con fuerza. El Señor Gato siente el sabor de la sangre y el semen mezclados con la saliva. Lame las patas de la Señora Coneja que aún tienen algo de la ceniza de la Señora Canaria. Empieza a sonar el teléfono de la casa, pero lo ignoran. El Señor Conejo, al otro lado de la línea, cuelga y llama al Señor Jirafa. Tiene boletos para el teatro y no quiere ir solo.

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