Pedales
Serían como ocho años que no me había subido a una bicicleta, pero es cierto eso que uno nunca se olvida. A mi hermano el menor y a su noviecita se les ocurrió ir hasta el zoológico y me retaron a una carrerita; acepté admitiendo la derrota por adelantado. Igual no tenía nada que hacer en casa.
Iba pedaleando más bien lento, los auriculares puestos, un disco de Blind Melon en el discman, el caos usual en la cabeza pero no por eso despistado de la calle y los carros. Salimos de casa a las nueve en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. No se con exactitud a qué hora fue el accidente, pero ahora (siempre es ahora, y ahora lo tengo más claro que nunca) eso no importa en lo absoluto. El carro era de un azul más bien oscuro y mi muerte fue instantánea.
Lo primero que noté fue la ausencia de sonido, que no era silencio propiamente dicho; era como si las funciones del tímpano hubiesen sido transferidas a la piel, solo que ya no había piel, y eso fue lo segundo que noté. Lo veía todo al mismo tiempo, en todas direcciones y con colores que en vida no había conocido. Fue algo hermoso, no puedo negarlo; aunque a decir verdad a partir de ese momento todo ha sido hermoso, hasta las transformaciones.
Me vi tumbado en el pavimento; la única sangre a la vista era la de unos raspones en los codos. Vi a la mujer del carro azul que sin soltar el volante lloraba. Vi al tipo que se bajó de un taxi a darme respiración boca a boca y que discretamente me manoseaba. Vi a la viejita que llamaba a su hijo al celular para que este llame a una ambulancia desde su oficina. Vi a mi hermano el menor con su noviecita llegando al zoológico sin enterarse de nada respecto al accidente. Vi el pedal que se había zafado de la bicicleta y había ido a parar junto a una alcantarilla.
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