22.8.05

Espera

Estoy esperando y aún no llega.

Llegué cinco minutos antes de la hora acordada, que en realidad no fueron cinco sino seis, solo que algunos tenemos esa tendencia al redondeo. Llegué con cinco minutos de antelación porque prefiero esperar a ser esperado, lo cual no significa tampoco que me guste esperar. Por lo menos el lugar acordado cuenta con mesas y sus respectivas sillas, lo que hace que la espera sea más grata que cuando toca esperar irremediablemente de pie a alguien: que la espera sea más grata no implica que la espera sea grata. Aún no llega.

Me compro un café para rellenar el tiempo, un café y un cigarrillo. Por lo general suelo andar a cargar un libro para tratar de aprovechar el tiempo mientras espero. El tiempo: a la final se trata de tiempo y lo que significa para cada uno. El tiempo pasa, siempre pasa, aun cuando no se espera nada. Las esperas no siempre son molestas en realidad: hay esperas y esperas. Esta vez he olvidado el libro, así que me entretengo haciendo un avioncito de papel con la factura del café: sé de antemano que este avioncito jamás volará.

Suena música por los parlantes: baladas en inglés de los 80’s. En realidad no recuerdo haber escuchado ninguna de estas canciones con anterioridad, pero sé que son baladas ochenteras; el estilo las delata. En todo el tiempo que llevo aquí sólo he reconocido Broken wings, y ya ni siquiera me acuerdo quien la canta. No soy gran fanático de la música de los 80’s, mis gustos saltan de las bandas de los 70’s hacia las de los 90’s, pero en cualquier caso es preferible estar acompañado de esta música que de los éxitos reguetoneros del momento; así que no hay quejas por la música, pero aún no llega.

Alrededor hay gente acompañada. Alrededor hay gente sola. A cuatro mesas de distancia hay una chica con un gran collar blanco (llamémosle Blanca); está sola. Cada cierto tiempo levanto la mirada y me encuentro con la suya, contactos visuales de cuatro o cinco segundos, hasta que mira hacia otro lado. Cada cierto tiempo levanta la mirada y se encuentra con la mía, contactos visuales de cinco o seis segundos, hasta que miro hacia otro lado. No sonríe, no sonrío; ella vaso grande de té helado, yo café con cigarrillo, una escena no filmada por Jarmusch. Ya no la quiero ver. Ya no la veo.

Estoy esperando y aún no llega. No quiero levantar la mirada, solo miro la servilleta posada en la mesa. Se me hace un nudo en la garganta.

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