8.9.05

Un huevo

Hace tres años aproximadamente, mientras viajaba de Quito a Guayaquil, vía terrestre, sucedió una cosa muy curiosa. Mi asiento daba a la ventana, al final del pasillo izquierdo del bus; a mi lado viajaba una señora que, al ojo, bien podría haber tenido unos 70 años de edad; dicha señora se quedó dormida ni bien salimos del terminal quiteño y me tocó despertarla cuando arribamos a Guayaquil. En el asiento de adelante, junto a la ventana, iba una señora que era idéntica a mi vecina de viaje, parecían gemelas, por lo que me extrañó que no hayan subido juntas y no se hayan saludado ni mostrado ninguna señal de reconocerse; al lado del pasillo iba un joven, que se yo, de unos 25 años, todo vestido de negro y con una cinta blanca al cuello que indicaba que era sacerdote o algo por el estilo (no estoy muy familiarizado con las jerarquías católicas y sus atuendos simbólicos).

Salimos de Quito a las 10 de la noche y arribamos a Guayaquil un poco pasadas las 6 de la mañana. Vine despierto casi todo el viaje, escuchando contra mi voluntad un único disco de vallenatos que se repetía una y otra vez. Las dos últimas horas de viaje caí en un estado de duermevela, pero no me dormí del todo. Casi una hora antes de llegar a nuestro destino escuché un ruido, y al percatarme vi un cartón en el pasillo del bus del que salía un líquido medio amarillento; todo indicaba que se había caído de los estantes superiores donde generalmente la gente pone su equipaje de mano. Todos a mi alrededor estaban dormidos y nadie daba muestras de haberse dado cuenta de todo esto; por mi parte no me animé a despertar a mi anciana compañera para levantar el cartón, así que no le presté más atención.

Al pasar por Durán (es decir unos 15 o veinte minutos antes de arribar a Guayaquil) la gente se fue despertando; los que estaban en la parte de atrás del bus vieron el cartón tirado en el piso, pero nadie lo movía; incluso algunos de los que iban adelante regresaban a ver: típica curiosidad. Los dos del asiento de adelante seguían dormidos. Al estacionarse el bus en su andén respectivo del terminal desperté a mi vecina, y al momento de despertar ella se despertó también su “gemela” que iba delante de nosotros. El chulío (auxiliar del conductor, acomodador de a bordo) en ese momento se acercó a donde estábamos y empujó el cartón hacia el fondo del pasillo; el líquido amarillo seguía saliendo del cartón. El sacerdote, pese a que la gemela de mi vecina y el chulío (que luego me enteraría se llamaba Julio) le zarandeaban los brazos, no despertó.

Al parecer el cartón le había caído en la cabeza y lo había noqueado. Con Julio abrimos el cartón y vimos que estaba lleno de huevos: unos treinta aproximadamente, todos rotos menos uno. Julio limpió el huevo intacto con un pañuelo y lo guardó en un bolsillo de su chompa. Después de la inspección del cartón me percaté que la gemela de mi vecina, pese a encontrarse del lado de la ventana y con el sacerdote noqueado obstruyéndole el paso hacia el pasillo, ya no estaba. Con Julio bajamos al sacerdote junto a un pequeño maletín que llevaba entre sus piernas, y en un taxi lo llevamos al hospital Luis Vernaza. No teníamos mayores datos que proporcionarle a la enfermera que nos recibió, así que después de describirle lo que creíamos que había pasado le dimos nuestros nombres y números telefónicos. Me despedí de Julio, y esa fue la última vez que lo vi en mi vida.

Toda esta historia la había relegado al olvido hace mucho tiempo. Hace tres días recibí una llamada, diez minutos antes de la media noche. Era la voz de un hombre, se identificó como Nicanor Tiberio y me dijo que era el sacerdote que llevé al hospital hace tres años. Le habían dado mi nombre y mi teléfono y me llamaba a agradecer. Su voz era pausada, lenta, cansada, pero continua. Me refirió que en aquel remoto viaje él recién había salido del seminario y venía a Guayaquil a trabajar en su primera parroquia, por la Atarazana según le entendí. Me refirió que todo este tiempo había estado en coma y que hace una semana, contra todo pronóstico, había despertado. Me refirió que hace dos días se había entrevistado con Julio y que ahora tenía al único huevo sobreviviente en su poder. Me refirió que después de haber visto y sentido todo lo que vio y sintió (esas fueron sus palabras) mientras estaba en coma no podía predicar a favor de un Dios luminoso y benévolo que exluya de sí mismo lo que nosotros conocemos como maldad. Luego, cortó la comunicación.

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