20.1.12

Farmacia

-Buenos días señorita. Deme por favor una caja de condones.

La empleada de la farmacia es joven, no tendrá ni 20 años. Me parece bonita, debe quedarle bien el pelo suelto, por lo menos mejor que el moño que tiene ahora. Me sorprende que todavía haya gente que se ruborice por la palabra condones, y peor alguien que trabaja en una farmacia. Va hacia atrás y no me trae lo que le pedí.

-Aquí no vendemos eso.

Lo que me trae es una vieja con rulos. Aunque viéndola bien de joven seguro que fue hermosísima. De ley que mi viejo la conoce; en este pueblito todos los viejos se conocen. ¿Se la habrá tirado? No, mierda; otra vez soñaré con mi viejo desnudo, no puede haber cosa peor.

-Pero es una farmacia, ¿dónde más quiere que compre condones? ¿En la librería?

Ahora que recuerdo la Marcelita una vez se puso un libro entre las rodillas y me retó a que me la tire sin dejar caer el libro. Creo que era el álgebra de Baldor, aunque hubiese sido más poético si hubiésemos tenido a la mano una edición ilustrada de "La filosofía en el tocador" de Sade. Creo que fue su primera experiencia anal.

-Este es un negocio honrado, ¡hereje!

Bueno, si mi viejo la conoce no ha de ser de la iglesia. ¿Será que esta señora tuvo todos los hijos que diosito quiso darle? Los curas y sus métodos de persuasión, qué le vamos a hacer; como al cura de este pueblito no le gustan las niñas no tiene que estarse preocupando mucho del asunto de los condones.

-Créame señora, tampoco es que a mí me encante la idea de vestirlo a mi compañerito, pero a mi pelada la psicosearon en el colegio y, con el fin de buscar junto a ella un poco de sentido a este mundo cruel e incomprensible, necesito ahoritita una caja de preservativos.

Juraría que a la empleada de la farmacia le brillaron los ojitos, pero la dueña de la farmacia no entiende un carajo. Da un manotazo en el mostrador y con un dedo imperativo me muestra la salida. Salgo. Con lo que llevo en la billetera no me alcanza para un álgebra de Baldor; tocará probar con una de Condorito.