28.11.05

Repisa

Al despertar, lo primero que Juanita vio fue la repisa donde reposaban sus muñecas ardiendo en llamas. Lo segundo que Juanita vio fue que la puerta de su habitación, al contrario de lo habitual, estaba cerrada. Juanita gritó, o por lo menos lo intentó, porque a pesar de abrir la boca y de impulsar un grito desde el fondo de sus pulmones, de su garganta no salió sonido alguno. En ese momento Juanita tuvo miedo, y una lágrima -sólo una- asomó al borde de su ojo izquierdo.

Su trémulo cuerpecito, levemente levantado apoyado en los codos, seguía cubierto por la blanca sábana que era su única cubierta en las noches de calor. Su respiración estaba alterada; no intentó gritar nuevamente. Su mirada permanecía fija en la repisa amarilla donde sus muñecas –entre ellas Juanita, su favorita- adoptaban nuevas formas y colores. Pasaron varios minutos antes de que se diera cuenta de que las persianas de la ventana, al contrario de lo habitual, estaban abiertas.

[Disposición de los elementos principales de la habitación de Juanita con respecto a la pared adyacente a la cabecera de su cama: en la pared de la izquierda está la ventana con sus respectivas persianas, en la pared de al frente está la repisa de las muñecas junto a un espejo que va desde el piso hasta el techo, en la pared de la derecha está la puerta junto al ropero. La habitación es amplia.]

Venciendo un peso invisible Juanita se levantó y fue a pararse junto a la ventana. Al rato, por detrás de la puerta cerrada, empezó a sonar un disco de Edith Piaf (bueno, Juanita no sabía precisamente que se trataba de Edith Piaf, pero a estas alturas ya identificaba la voz de la señora que al cantar ponía triste a su madre). Juanita ni siquiera se dio la vuelta, seguía mirando el patio a través del reflejo de las llamas en la ventana. El miedo no había desaparecido, pero se había transformado en otra cosa que Juanita no había sentido con anterioridad.


No sabe Juanita con exactitud el tiempo que pasó antes de que le diera sed e intentase salir en busca de un vaso de agua.

21.11.05

El diablo viudo y ocupado

Está en todos lados. Sobretodo en el corazón de los seres humanos, en la mente prostituta, en los rascacielos de los hombres, en el obelisco de las mujeres. Abraxas para muchos es la presencia mágica que combina el bien con el mal y muchos logran que el diablo angélico juegue a las escondidas con su propio ángel demoníaco. No pretendo hacer una mini biografía del diablo ni intento apologizar lo satánico de nuestro ser. Los ejercicios literarios periodísticos están acostumbrados a sopesar el tiempo limitado y es mejor trascender que exigir explicaciones.

El diablo no se esconde, en otras palabras, hay un pecador constante en la lengua y el pensamiento, ¡un diablo trabajando! Blake dijo que “prefiere un infierno con Cristo que un cielo sin él”; quizás entendió que la moral sexual de Jesús está sintetizada en la frase “el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, pero otros prefieren mantenerlo ocupado porque su incapacidad para amar les hace decir: “Soy el vicio, un viudo que conoce la prolongación de un amor fracasado; no se, ni quiero, ni puedo amar”.

Miguel Bosé en Sofistikatz y Yo cuenta no literalmente la siguiente anécdota: Un tipo se encontró un diablo a la venta en un almacén de antigüedades; tras pagar una suma sorprendente y con la amenaza y advertencia del dependiente de que trate de mantener al diablo ocupado o aténgase a las consecuencias, se lo llevó a su casa. Los servicios que el diablo le brindaba eran increíbles, efectivos; rápidamente se ganó su total confianza; le quedaba tiempo para descansar y facilitaba las cosas: pintar, arreglar, limpiar la casa, ocuparse de los niños, pagar los impuestos, arreglar los autos, el supermercado, etc. Era el genio de la botella maldita que trabajaba sin cesar de lunes a domingo, casi las 24 horas. Así pasaron meses hasta que un día el dueño del diablo decidió darle una tregua y se escapó con su mujer a un salón de baile. Regresaron tarde; cuando abrieron la puerta del hogar vieron al diablo trepado en la mesa del comedor, comiéndose la pierna de la niña, que en una pequeña parrilla se asaba sin clemencia ni piedad. Les advirtieron: “No le dejes desocupado al diablo”. He ahí las consecuencias.

Esta metáfora tiene múltiples interpretaciones. En la pobreza está la semilla de muchas de las maldades más bellacas y en la injusticia se miran los corazones y no las caras. No hay diablos ociosos, se concluye que todos están en plena actividad. He hablado únicamente con los diablos que viven en esta ciudad, he conversado con los diablos que viven en usted. Somos nosotros con nuestro trajín de pobres diablos los que convivimos con los súper diablos que creyéndose ángeles, trotan hacia el éxito sin tropezar con ningún mendigo; son las crónicas de esta última temporada en el Infierno de Ibarra 2005. Vade Retro Satán…!

14.11.05

Palacio

Con guantes de operar, hago un pequeño bolo
de lodo suburbano. Lo echo a rodar por esas
calles: los que se tapen las narices le habrán
encontrado carne de su carne.


Pablo se confunde con Farinango quien a su vez se confunde con Santiago quien a su vez se confunde con Andrés quien a su vez se confunde con Palacio. Todo esto sobre un tablado, dentro de un cubo.

¿Sabe usted quién es Pablo Palacio? Sí, quién-es, no quién-fue; algunas personas siguen siendo después de fallecer: Palacio es uno de ellos. Pablo Palacio es un escritor nacido en Loxa a principios del siglo pasado; sus últimos años de vida los pasó internado en un manicomio, murió loco, murió loco en aquellos tiempos cuando no cualquiera afirmaba de sí mismo “estoy loco” sólo por atraer la atención sobre su persona como pasa muy a menudo en estos tiempos.

Mi primer acercamiento a Palacio fue a través de un relatito suyo, cortito, llamado El huerfanito, que se supone fue su primer escrito y con el que ganó un premio en 1921 a sus 15 años. Tenía yo menos de 15 años cuando lo leí y este relato (ahora lo veo así) fue como una semilla de eso que llaman melancolía.

Tres años tenía Juanito cuando su madre moría.

Hay momentos de infortunio terribles en la vida, momentos en que se nos presenta el destino horriblemente despiadado, momentos en que se siente de veras, se llora de veras, pero Juanito no pensaba, no sentía cuando su madre moría.
Intenté continuar leyendo el libro (las Obras completas publicadas por la editorial Oveja negra, no la de la colección Antares) por el principio y me topé con Débora: ahí quedaron estancadas mis ganas de adentrarme en la narrativa palaciana. Simplemente no le hallaba ni pies ni cabeza. Hablaba de un Teniente pero que no era teniente, era simplemente un hombre.

Pasaron años antes de volver a sacar el libro, desempolvarlo y empezar a leer los cuentos en desorden, dejando las novelas (dos) para el último. Así me fui enterando de las historias de Octavio Ramírez con Epaminondas, de don Francisco (o don Manuel) con Laura (o Judith), del historiador Juan Gual con su mujer Rosalía y Temístocles su ayudante, del joven Z y sus amigos A, B y C, de Antonio Recoledo y Petrona, de Nico Tiberio y su familia, de Enrique y Luna, entre otros. Hasta ahora me pregunto si Cortázar llegó a leer a Palacio; tengo la intuición de que la respuesta es afirmativa. Son cuentos feéricos, lúdicos, melancólicos y completamente irreverentes.

Después de los cuentos me volví a batir con el Teniente y nos llegamos a llevar mejor que en aquellos días de la infancia. Al final, como plato fuerte, conocí a Andrés Farinango y su historia en la Vida del ahorcado. El signo de la horca me ha acompañado desde entonces. Gracias, Santiago.

Camarada:

Cuando estás delante del poderoso, ¿por qué tiemblas? Todo poder viene de ti. ¿Por qué no le escupes? ¿Por qué no le envileces con su misma pequeñez? ¿Por qué no le abofeteas?

¿Sabes que él esté hecho de otro barro que no sea un poco cosilla de miserias y vergüenzas?

¿Por qué te humillas? ¿Por qué?

Espera que la piara se dé cuenta de que la sordera del todopoderoso no tiene edad y verás cómo se viene –hambrienta e inflamada- y aprieta el cuello de los usurpadores. Y verás cómo les hace saltar los ojos, igual que a esos enanitos de celuloide. Y verás cómo goza la piara y se estira y se conforta.

Luego los grandes devorarán a los chicos y entonces tendrás que ponerte a temblar ante el nuevo poderoso, porque estás hecho de carne de esclavo.

Ya ves cómo los otros gobiernan en nombre del pueblo y usufructúan tus lágrimas. Ya ves cómo han hecho a tu mujer y a tu hija ricos presentes, y ya sabes cómo gozarán con ellas a costa de tu propia amargura.

Un día los imbéciles no pudieron vivir solos y se volvieron impotentes para reclamar su calidad de hombres. Entonces sus padres les vapulearon y no abandonaban los foetes para que ellos no abandonaran la azada. Y cuando murieron sus padres, fueron sus hermanos los que les vapuleaban. Entonces los tiranos cobraron renta por dar azotes y hoy te los dan hasta cocerte las rabadillas.

Y no llegará el día en que te hayas reconquistado. No eres tan fuerte como para deshacerte del yugo.

Mira el día pasado y el de hoy y mira así todos los días de tu vida. Estás hecho de esclavo como tu voz está hecha de sonido. Así totalmente y sin esperanza.

He dicho, camarada.

7.11.05

Boca del Cielo

Antes de despedirse de sus dos acompañantes, de sus dos amantes, Luisa Cortés les dijo que “la vida es como la espuma, por eso hay que darse como el mar”. Días después Luisa falleció. Cáncer.

Yo también busqué mi propia Boca del Cielo, con mis propios acompañantes y con mi propio cáncer inconfesable. Bueno, en realidad buscar no es precisamente la palabra más adecuada; más bien esperaba que la playa apareciese, simplemente quería encontrarla, esperaba encontrarla. Cualquier playa que a pesar de andarla buscando no esperabas encontrar puede ser la Boca del Cielo, independientemente de que alguien haya llegado antes que tú y le haya puesto otro nombre.

Buscar y encontrar están más alejados de lo que parece. Se cuenta que Picasso se burlaba de aquellos que pretendían buscar algo sin saber siquiera qué era ese algo, y alegaba que él no buscaba: él encontraba. Nietzsche, en uno de sus aforismos, decía que uno nunca está más a la altura de lo mejor de sí mismo que cuando está preparado para recibir lo que le traiga el azar. ¿No te parece algo sospechosos que los designios del Señor sean tan inescrutables como los designios del azar?

Cuando encuentras algo que pareciese tener la forma perfecta de una ficha que encaja exactamente en el rompecabezas de tu vida no faltará quien venga y te diga que se trata del destino, sin darse cuenta (y a veces ni siquiera tú te das cuenta) de que en uno de sus descuidos alteraste los contornos del rompecabezas para que la ficha calzara.

Por nuestra parte, encontramos nuestra Boca del Cielo, que los nativos del lugar insistían en llamar San Jacinto (allá en la provincia natal de un buen amigo). Del mar lo que siempre más me ha gustado es el sonido que hace al lamer la orilla; luego, su vastedad. El agua estaba infestada de aguas-malas, diminutas medusas de una increíble y sencilla belleza, con una transparencia azulada que brillaba a lo largo de la arena mojada.


Haber llegado a la Boca del Cielo no significaba precisamente haber llegado a La Boca Del Cielo. ¿Cómo sabe uno que ya ha llegado? ¿Cómo sabe uno que debe dejar de buscar y tenderse a disfrutar de lo encontrado?

En el camino de regreso recordé la frase de Luisa, pero la recordaba al revés, algo así como que la vida es como el mar, por eso hay que darse como la espuma. Aunque fui refutado no me pareció que la frase invertida sonara tan descabellada. La vida es como la espuma: frágil, pasajera, leve. La vida es como el mar: inconmensurable, pacífica a la vez que agitada, perfecta aunque no del todo comprensible. Para tratar de entender a la vida nos valemos de metáforas y aún así nos quedamos cortos. La vida es como la vida, la vida es como la muerte, amén.

La lluvia no fue copiosa.