28.7.05

Sala de velación G (vol. II)

Me pregunto si la sala H es más silenciosa que la G, digo, cuestión de fonética. De cualquier manera, así estamos: el alfabeto nos acompaña desde el agú hasta la sala de velación. El alfabeto y la vida, el alfabeto y la muerte. El último descanso en una letra. Con nosotros muere el alfabeto, se vuelve a los símbolos, la abolición del lenguaje. Sala de velación G: punto G: la muerte como el último orgasmo del hombre en la tierra. En este punto una aclaración redundante: todas mis divagaciones acerca de la muerte carecen del sustento de la experiencia, así que se ruega no tomarme muy en serio.

La sala de velación G de la Junta de Beneficencia de Guayaquil es una de las consideradas “económicas”; sus usuarios son los muertos cuyo paso a la otra vida (suponiendo a priori que exista otra vida) pasa prácticamente desapercibida para el conglomerado humano, con excepción tal vez de sus familiares, vecinos y empleadores. Haciendo una analogía cinematográfica: aquí se velan a los extras que murieron por haberse interpuesto en el camino de salvación del héroe de la película. Los aquí velados murieron como todos los papas (en palabras de Jardiel Poncela): sin la bendición de Su Santidad.

En la parte anterior de la sala de velación reposa el personaje principal de esta historia: el encajonado. Un cadáver de carne y hueso en los albores de su degradación física encerrado en un cajón de madera (más conocido en el mundillo de los velorios como féretro o ataúd). El cadáver de carne y el ataúd de madera: a mediano plazo, podríamos decir que el féretro sobrevive al cadáver. Detrás del féretro por lo general se encuentra un crucifijo (considerando que se trate de un velorio católico): más madera.

Lo que no es de madera es el vidrio que tapa temporalmente el ataúd, de tal manera que el cadáver sea visible por última vez antes de que el único registro de su rostro sean algunas fotografías (videos en el caso de gente más pudiente, actores y reporteros de noticias). Algunos al llegar a la sala se acercan al féretro, miran al cadáver a través del vidrio, piensan lo que tengan que pensar frente al finadito, tocan el vidrio y se persignan. Esto último no lo entiendo: ¿por qué tocan el vidrio para persignarse? Es decir, ni siquiera tengo claro ese gesto católico de la persignada y su utilitarismo, pero bueno, puedo imaginarme un par de teorías para justificarlos; pero por qué persignarse después de tocar el vidrio de un ataúd: ¿será que el vidrio está impregnado del alma del finadito y los demás se quieren llevar algo de eso (en la frente, ombligo, hombros y labios, respectivamente), como una especie de souvenir metafísico?


Hay gente que sonríe en los velorios, es más, en muchos casos un grupito se separa de la compañía lacrimógena para ponerse a contar cachos. Son estos grupos, a mi parecer, junto a la taza de cafecito filtrado (bebidas alcohólicas en algunas ocasiones) los puntos más hedonistas de un buen velorio. Me atrae este contraste: un foco de placer en medio del dolor (dolor real o fingido, no siempre es fácil discernirlo). Y al final, ese es nuestro sino, el nuestro y el de aquellos que se fueron antes de nosotros: placer en medio del dolor, todo esto rodeado de numerosos ritos sociales, como, por ejemplo, los velorios.

26.7.05

Sala de velación G (vol. I)

Bienvenidos a la sala de velación G. Si usted no ha pisado este recinto anteriormente, permítame mostrárselo.

Una puerta de cristal nos separa del mundo exterior, mundo exterior lleno de muertos y de vivos. Alégrese: cruzando la puerta reducen las posibilidades de que usted esté muerto, el único muerto acá adentro es el encajonado en el féretro (aunque, claro, no todos se alegrarán de ello: cuestión de perspectivas). La puerta, debido a sus cristalinas propiedades, les permite a los de afuera disfrutar o compadecerse del dolor de los de adentro; además estos pueden comprobar si adentro están los deudos de su elección, no vaya a ser que terminen llorando a un muerto que no sea el que les interese. Para algunos, sus lágrimas son lo suficientemente valiosas como para andar derramándolas por cualquiera.

Entrando a mano izquierda ustedes podrán encontrar bajo el extintor un atrio donde reposa el registro de firmas. Es muy importante para la persona encajonada que usted, luego de verificar que no está en la sala equivocada, deje registrado su nombre y su firma en las hojitas dispuestas para dicho fin; el por qué de la importancia de este pequeño acto no me quedó muy claro en realidad, es que los encajonados son más bien parcos a la hora de dar explicaciones. Pero vamos, usted sólo firme, no es nada complicado, un par de trazos con una estilográfica no lo van a matar.

Una vez que ha firmado puede sentarse en una de las diez bancas (cinco a cada lado de la sala, con una capacidad cada una de cinco personas de contextura mediana aproximadamente) que ocupan casi la totalidad de la sala. Y es que, permítaseme insistir, la afluencia de vivos a este tipo de salas es mayor que la de los cadáveres, entonces se encuentra lógico que sea mayor el área destinada a estos que a los muertos. Si usted ha intuido que el ambiente de la reunión iba a estar como que opaco, y ha creído conveniente tratar de amenizarlo con un ramo de flores, sería lo más indicado pasar y dejar dicho ramo en la parte anterior de la sala, al frente o a un costado del féretro, antes de que ocupe su asiento.

Oh, casi lo olvido, sabrá disculpar usted un pequeño descuido: el saludo a los deudos. Sería muy desconsiderado de parte uno llegar y sentarse así como así, sin la menor consideración hacia los dueños de la fiesta. Luego de firmar y adornar con flores el costado del féretro (esto último opcional, creo que quedó claro), dicta la costumbre que es el momento propicio para acercarse donde los familiares más inmediatos del encajonado para darles el “sentido pésame”, independientemente de si usted siente el peso o no (el peso, el pesar, algo así: cuestión de costumbres).

Ahora sí puede usted tomar asiento. Una vez sentado puede ponerse a charlar con su vecino sobre lo bueno que era el finadito (no importa si el encajonado era bueno o malo, eso es lo de menos, cualquier comentario sarcástico con respecto al finadito se ruega hacerlo al otro lado de la puerta de vidrio, me imagino ha de ser para que el encajonado no escuche); puede ponerse a golpear el pecho y rogar al dios de su elección que sepa abrir la puerta para ir a jugar (ir a jugar con el finadito, claro, que el resto nos quedamos jugando por acá abajo un rato más aún); puede abrir su periódico y enterarse de cosas que al finadito a estas alturas lo traen sin cuidado (como el porcentaje de inflación en el último mes o el resultado de un partido de fútbol); o puede prestarme un poco de atención para terminar con este pequeño tour por la sala de velación G.

Si siente una pequeña brisa en la espalda y el cuello, no vaya usted a creer que el encajonado se ha salido y se ha puesto a soplar atrás de usted; no, si en verdad cree eso creo que usted es un ridículo y le rogaría volver a cruzar la puerta de cristal mencionada al inicio. Se trata más bien de que usted se ha sentado en una de las cinco bancas del lado derecho de la sala y está siendo beneficiado de la agradable brisa proporcionada por el ventilador “Elektro”, el cual, por cierto, por sí sólo hace más bulla que el resto de presentes en la sala (sin contar tal vez a la mamá/esposa/hija del finadito y sus estertores). Recorriendo con la vista las paredes nos encontramos con algunos carteles destinados a que nuestra estadía en esta sala sea lo más grata posible; los carteles, a saber, rezan: “no manchar las paredes”, “colabore con el aseo”, “gracias por no fumar”, “se ruega hacer silencio”, y dos adicionales que con su típico círculo tachado conminan a los asistentes a no ingerir bebidas alcohólicas dentro de la sala y a apagar sus celulares.

Si usted levanta la vista, notará una gran mancha de humedad en el techo, justamente encima del féretro. Hay quien dice que la mancha es una representación física de la ascensión de las almas, mientras que para otros tan sólo es una representación física del maldito calor que hace en esta ciudad unido a algún error en la construcción de la sala. En la parte posterior de la sala está el baño junto a un pequeño cuartito de dónde en un momento dado salen un par de señoritas, vestidas como enfermeras, que brindan café y aguas aromáticas en pequeños vasitos blancos de plástico a los asistentes. No sabría describirles a cabalidad estos dos últimos apartados dado que nunca entré en ellos, por lo que si usted desea más detalles sobre los mismos puede visitar la sala de velación G de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

22.7.05

Perdido

Robert Smith viene y me grita desde el parlante: “I can’t find myself”. De inmediato la empatía.

Encontrarse a uno mismo. Antes de encontrar algo se debe saber lo que es: cuántas veces hemos encontrado algo que por no saber qué es lo hemos dejado pasar, desde la tapilla ganadora de la cola que no nos compramos en la calle por aguantarnos hasta llegar a la casa y tomar agua, hasta una de las amistades más interesantes por ahuevarnos a preguntarle la hora a la señorita con uniforme ejecutivo que se sentó por la mañana junto a uno en la buseta (tengo que empezar a olvidar más seguido el reloj encima del velador).

Definirse a uno mismo. Pero si no soy estático. Bueno, ese puede ser un primer paso: aestático (mientras escribo este texto Bill Gates viene y me subraya la palabrita diciéndome que para él y para Word® no existe, pero a la final es mi auto definición, no la suya, así que se puede ir a tomar por culo Sr. Gates [así putean en las traducciones españolas]). Siempre cambiante, panta rei, by this river, Brian Eno, espera veneno del agua estancada. Cuando me buscan nunca estoy, cuando me encuentran yo no soy, y Manu Chao desaparece.

Cuando me buscan nunca estoy, ¿y cuando me busco? Voy llevando encima mi meta. Si yo cambio, también cambio yo. Cambia la presa, cambia el cazador.

Antes de empezar a desarrollar su “Abaddón el exterminador”, Sabato toma las palabras de Mijail Iurevitch Lérmontov (no, no sé quién es este señor; para mayor información abra un buscador) para repetir junto a él: Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas.

Nadie que me haya comprendido por completo. ¿Hasta qué punto tengo yo mismo la culpa? Bueno, culpa tal vez no sea el término apropiado. Vendría a ser más bien una razón: yo mismo. Soy yo quien decide lo que muestro y lo que escondo; quien decide con quienes ser una buena persona y con quienes un canalla. Soy ambos y soy más, Hesse, sobrepasar al lobo estepario.

Los actos o sentimientos de otros como moduladores de mis sentimientos y actos. Los otros, el resto, ustedes. Espejos parlantes. Canallas buenos por todos lados. Dar y recibir. La omnipresente red social girando y fluyendo con su sonrisa abstracta de oreja a oreja (abstractas las orejas también). Justificar a los otros, apaciguar la red.

Están también mis padres, que son otra clase de otros desde que el cordón umbilical fue abolido. ¿Me comprenden ellos por completo? Lo mismo que un buen amigo, o sea, de manera incompleta. Hay quienes hablan de percepciones extrasensoriales maternas: no me consta (es que no soy madre, a lo mejor por eso). Usted señor, usted señora, ¿comprende a sus hijos por completo? Es que completo es una palabra tan grande.

Están los otros, están mis padres, estoy yo. Nadie es una isla, hasta Zaratustra descendió de la montaña. Pero estoy yo: ¿me comprendo completamente? A lo mejor -a diferencia de Smith- yo ya me encontré, y aún no me he dado cuenta. A lo mejor, Smith ya se encontró, y yo aquí escribiendo huevadas. Se lo iré a preguntar esta noche al espejo.

Y pensar que vivo conmigo mismo desde hace tantos años ya.

20.7.05

Intrascendencia

El mundo gira. El mundo gira, evoluciona y todo cambia. Pero cambia lentísimo.

Estoy escribiendo, estás leyendo. No busco cambiarte, mucho menos busco cambiar al mundo. Digamos que a lo mejor el único que termine cambiando aquí sea yo, porque esto de una u otra manera se parece a un paseo; aún así no apostaría a ello. Los lectores ateos seguirán en el vacío y los creyentes en el reino del dios de su elección; los izquierdistas saldrán de aquí zurdos y los derechistas... bueno, la idea es esa.

Sin necesidad de oráculo alguno vaticino que por estos lares se escribirá de todo, que es otra forma de decir que no diremos nada, o por lo menos nada trascendente.

Pero se busca algo, y ese algo es el placer, el personal y el compartido: una oda al hedonismo. Mi placer de escribir. Mi placer de inventar. Mi placer de recordar. Tu placer de leer (leer por leer). Tu placer de recordar. Tu placer de encontrar afinidades o algo que se le parezca. Tu placer de hallar a alguien que piense de forma diferente a la tuya para al fin poder usar todas esas convicciones que tenías por ahí empolvadas. Tu placer de cerrar esta página por no hallar lo que andabas buscando o porque ya te aburriste. Tu placer de ir conociendo de a poco -en la caja de comentarios- cómo piensa esa persona que te atrae y que te ahuevas a preguntarle todo lo que quisieras. Tu placer de sentirte seguro y aceptado en una comunidad ficticia semi-materializada frente a unas jarras de cerveza. Mi placer de abrir una ventana al voyeurismo bidireccional. El placer por el placer.

Cuando un post se acaba, la vida continúa; a menos que tengas un cáncer terminal... ve tú a saber si regresas por aquí.

11.7.05

Desde cero

En el principio era la nada, aunque si no hay nada no creo que pueda haber principio; luego, a lo mejor sí había algo... yo qué sé, algo.

Ese es el problema (mi problema) con las palabras y con la historia: el hecho de que no podamos nombrar algo no significa irremediablemente que no exista; el hecho de que no hayamos visto algo no significa que no estaba ahí; el hecho de que esté escribiendo esto no implica necesariamente que esté escribiéndolo, además que Borges dijo que todo ya estaba escrito (aunque, claro, pudo haberse equivocado). Las certezas no son mi especialidad, lo cual no significa que me especialice en dudas tampoco.

Texto emético. Sin hermetismo. Todo abierto, y a lo mejor nos vamos entendiendo de a poco.