29.2.12

Primer amor

Se conocieron de niños. Él 7, ella 9. Él competía secretamente con sus hermanos por estar el mayor tiempo posible con ella. Jugó con muñecas, cosa que sus hermanos no se atrevieron. La veía una vez al año, cuando ella venía con su familia de vacaciones. Él nunca se pensó enamorado, o por lo menos nunca usó esa palabra. Eso duró siete años. Al siguiente año ya no llegaron. De todos modos él tenía otras cosas de qué preocuparse. La tan mentada adolescencia. La volvió a ver después de catorce años. Se la encontró en una discoteca. No la reconoció de inmediato. Era simplemente una chica guapísima que tomaba una cerveza junto a la barra. La invitó a bailar. Le ofreció un trago de su botella. Drogada, la sacó de la discoteca. La llevó a su cuarto. Aún vivía con sus padres. La acostó en la cama. Empezó a desvestirla. Mientras le sacaba el pantalón, ella vomitó. Entonces la reconoció. Recordó las muñecas. Abrió la ventana para que entre el aire. Afuera estaba todo tan silencioso. Tan silencioso.

21.2.12

Monasterio

Nina golpea la puerta. No llueve, pero siente el mismo agobio de la empapadez. Es un monasterio grande y la monja que se acerca a abrirle la puerta se tarda 67 segundos en hacerlo. Poco más de un minuto. En ese tiempo Nina piensa en las cosas que la llevaron a pararse frente a esa puerta. No hay un hilo que las una, ni siquiera llega a laberinto. Golpea la puerta una sola vez, no insiste. Todo lo que se aglutina en su mente son meros bosquejos de historias que se le antojan incompletas, aún cuando la mayoría -pero esto ella no lo sabe- terminaron hace rato. El monasterio es una suerte de placebo. No busca la paz, eso lo tiene claro. Tampoco está resignada. Con esas certezas le basta. Se abre la puerta y Nina dispara.