30.10.06

Confesionario

Dicen que la vieron entrar a la iglesia, y hasta ahí nomás coinciden. Unos claman que asentó la rodilla derecha para persignarse y que la corta faldita que llevaba... negra, por supuesto; el resto dice que ni siquiera detuvo sus pasos y así rapidito llevó su mano a la frente etcétera. Parece que luego se dirigió cabizbaja al confesionario, no sabemos; a lo mejor y el arcángel Gabriel allá arriba y ella desde abajo, pero ni cómo confirmarlo. El grito igual; unos dicen que ella, otros que el padrecito, los de por allá que qué grito. Y esta puta mancha de sangre (perdón, diosito) que no quiere salir; lo otro si he de decir la verdad me importa poco.

23.10.06

Puertas numeradas

Mayrita es la odontóloga del colegio de mi hija, mi amante desde hace dos meses y una puta en potencia. No se malentienda por favor, no es que me quiera cobrar cada vez que tiramos. Fue la noche que por primera vez me hizo un striptease, encima de la cama del motel de turno, que me contó su escondida fantasía. Aún nos quedaba casi una hora de las tres reglamentarias en la habitación; estábamos acostados, desnudos, compartiendo los cigarrillos.

«Tú sabes, uno escucha desde temprano la palabra puta, hijueputa y todas esas huevadas, pero recién cuando cumplí los nueve entendí qué mismo es que era una puta. Claro, al principio igual no tenía claro por qué es que les pagaban a esas manes, pero no podía sacarme de la cabeza la palabrita esa. Creo que fue a los doce o trece que una tía que vino de visita me preguntó la típica qué-quieres-ser-cuando-seas-grande, y yo sin pensarlo mucho le solté de una que de grande quería ser puta. Por suerte estábamos solas y ella se portó frescaza, me abrazó y me dijo tontita nomás. ¿Sabes? Ella misma es odontóloga, y a lo mejor por ese lado, no se. Igual, al otro día salí a pasear con ella y su novio, y ella le pidió que nos lleve a un prostíbulo; el man se quedó frío y yo me puse nerviosaza, pero ahí no se qué huevada medio le explicó y él dijo que bueno. Llegamos a uno de esos de mala muerte y el man entró primero; salió al rato y dijo que había hablado con el encargado y que fresco nomás, que sí podíamos entrar nosotras. Así que bueno, entramos y nos sentamos en una mesa, y ahí estaban ellas, paradas en sus respectivas puertas, semidesnudas, ¿me vas a decir ahora que nunca te has ido de putas? Ya, fresco. Mi tía y el novio se pidieron una cerveza y al rato llamaron a una de esas manes, que vino y se sentó al lado mío. Dijo que se llamaba Nicole, aunque de ley era el nombre artístico, no sé. Y para qué, la man se portó frescaza con nosotros, pero igual no quiso el vaso de cerveza que mi tía le ofreció. Nos dijo que tenía 21 años y que era de la costa, y que como la mayoría de sus colegas había sido madre soltera; tenía una nena de dos años, Shirley le había puesto, y que el papá había sido un compañero de ella en el colegio. Claro, el man se barajó ni bien se enteró de que la Nicole estaba embarazada y ella se salió del colegio apenas terminó quinto curso. Al principio la mamá la había acolitado y vivieron ahí las tres. Una amiga es que la había convencido para ir a trabajar en un prostíbulo, claro, en otra ciudad, y que la man se había animado y sólo le dijo a la mamá que había conseguido un trabajo en otro lado y le dejó la nena. De ahí es que un tipo siempre caía por el prostíbulo donde la man trabajaba y cada vez que tiraban el man le dejaba su propinita extra. Se casaron después y el tipo este viajaba con ella a cada nueva ciudad en la que la man iba a trabajar. El rato que estábamos ahí conversando nos dijo que su marido estaba por ahí cerca cachueleando en una mecánica. A la nena la iba a ver una vez al mes en la casa de su mamá. A lo que mi tía le dijo que yo de grande también quería ser puta la man se cagó de la risa, me acarició la cabeza y me dijo que mejor estudie, que esa vida era de a perro. Y ya ves, le hice caso, no se si por conveniencia o por puritito miedo. Pero igual, a cada rato me veo ahí parada en una de esas puertas numeradas, con un traje de baño chiquitito esperando que alguien venga a preguntarme que cuánto cobro. No estoy loca, ¿verdad mi amor? Si hasta he pensado en el nombre artístico: Estela, como mi abuelita.»

Estiró el brazo, alcanzó la botella de agua mineral de encima del velador y tomó un par de tragos. Dejó la botella y me besó de una forma un poco rara. Por un momento sentí que tenía entre mis brazos a la niña de doce años que estuvo metida una tarde en un prostíbulo de mala muerte, y la abracé con fuerza. Luego se paró y caminó hacia el baño; ya no teníamos mucho tiempo y teníamos que pegarnos un duchazo. Se detuvo al llegar a la puerta, dio media vuelta y me sonrió mientras se arrimaba al marco de la puerta. Estaba desnuda. Estaba hermosísima.

16.10.06

Pornópera

El alcalde sonríe nervioso en su palco. No termina de entender cómo fue que se dejó convencer para involucrar al municipio en la promoción y apoyo de este esperpento, porque ¿de qué otra manera se podría llamar a un estúpido híbrido de ópera y pornografía? Su esposa sonríe a su lado, pero su sonrisa es honesta; de hecho fue ella quien puso en contacto a su bienamado con los productores de la obra. El telón aún no sube y la gente aplaude en un intento de acelerar el comienzo. Público de lo más variado nos acompaña esta noche, desde las habituales sonrisas de las páginas sociales hasta los aspirantes a artistas que pululan por los bares "alternativos" de la ciudad. El alcalde, en su inquietud, mira el reloj más de cinco veces por minuto.

El telón se levanta dieciocho minutos después de la hora fijada en el programa. Un escenario sencillo: el decorado de una habitación, cama, ropero, tres sillas, velador con lámpara y libro de cabecera (una edición de Justine en japonés, pero esto el público no lo puede apreciar), y una alfombra cuadrada con los colores de la bandera del país en el centro. Una pareja de actores-cantantes en el escenario: el actor, bajo barítono, bordea los cuarenta años; la actriz, soprano lírica, menor de treinta. Al levantarse el telón ella está sentada en el costado derecho de la cama, llorando quedito, mientras a sus espaldas el actor nos empieza a explicar con su vozarrón su peculiar situación.

El guionista está en su respectivo palco, repartiendo su atención entre la puesta en escena y el palco del señor alcalde. Le divierte ver la incomodidad del burgomaestre y fantasea al observar la serena sonrisa de la hermosa dama que brilla a su lado. Por un capricho que ni él mismo se pudo explicar convincentemente no asistió a ninguno de los ensayos previos al estreno; tan sólo se entrevistaba una o dos veces por semana con el director escénico para discutir las modificaciones de los diálogos y los detalles de la musicalización. En realidad el guionista no sabía nada de ópera aparte de la que veía de niño en los dibujos animados de Bugs Bunny y compañía. Fue en una visita a la capital que pudo asistir a la presentación gratuita de una opereta en un parque céntrico, iniciativa de uno de los más grandes teatros del país para acercar un espectáculo tildado de elitista a la gente poco familiarizada con tales puestas escénicas.

Por aquel entonces rondaba por la cabeza del guionista la idea para un cortometraje: la historia de un tipo que no podía hacer el amor a menos que esté escuchando, a todo volumen, el himno nacional. Mientras estaba parado en medio de aquel parque, oyendo las modulaciones de voz de uno de los cantantes, se le ocurrió medio en broma medio en serio presentar aquella historia en formato de ópera porno, o "Pornópera", título vendedor como decían por ahí. Y aunque no le fue tan fácil contactar a la gente adecuada para la correspondiente adaptación del guión –que, por cierto, escribió en menos de una semana-, ahí estaba ahora, en su palco, noche de estreno, todas las entradas vendidas, algunos espacios vacíos de las personas que no pudieron aguantar más, pequeño teatro de su pequeña ciudad natal, el municipio apoyando al talento local, el alcalde en su palco queriendo ladrar de rabia, tercer y último acto, ambos actores desnudos luego de haber estado discutiendo en los dos actos precedentes, fornicando en la cama sobre el escenario, encima de las cobijas como dios manda, mientras la Orquesta Sinfónica hace retumbar al teatro entonando las sagradas notas del himno nacional. Desde su palco el guionista pudo contar a veintitrés patriotas, nueve mujeres y catorce hombres, ponerse de pie, la mano derecha en el pecho, y entonar con fervor la letra del himno.

9.10.06

Cajón

Cerró el cajón de inmediato y se quedó ahí sentado en el borde de la cama, con la respiración agitada y las manos temblorosas.

Fermndoms, fermndoms, fermndoms, fermndoms, fermndoooo...

No era una voz precisamente; el sonido, o ruido, o voz, pero no era una voz, no lo había escuchado nunca antes, y mientras más se esforzaba en compararlo con algo inteligible más crecía la confusión, y la erección, porque en los pocos segundos que el cajón permaneció abierto sintió que una considerable cantidad de sangre fluyó hacia su pene, y dolía. El sonido, o ruido, o voz, pero no era una voz, cesó cuando cerró el cajón.

En el velador hay tres cajones, y el que nos interesa ahora es el segundo. En dicho cajón tenemos: un espejo, una piedra comprada en una tienda de chinos que se supone venir del que fue el muro de Berlín, un diccionario inglés-español y no viceversa, un destornillador, tres encendedores de los cuales sólo uno vale, un muñeco de Buzz Lightyear de una cajita feliz, una foto de una vagina depilada y un esfero rojo.

Mientras la erección iba disminuyendo estuvo tentado de abrir los otros dos cajones, no por buscar algo en ellos, pero tuvo miedo. ¿Estaré soñando? Pregunta estúpida donde las haya. ¿Y ahora? A lavarse la cara, ¿qué más puedo hacer? Estaba abriendo la puerta del baño cuando sonó el timbre, y no pudo reprimir el grito leve y la taquicardia desbocada.

En la puerta encontró a una señora algo mayor, con una larga falda negra y una blusa marrón, sin canas. Vendedora de cosméticos. Quiso contarle todo, hacerla su confidente, pero no halló las palabras. Pensará que estoy loco, seguro. Le compró una crema para las manos, baratísima, una verdadera ganga, y de repente empezó a imaginar que la respuesta estaba en ese tarrito, que lo abriría y no encontraría crema para las manos, sino otra cosa, cualquier otra cosa. La señora sonreía, apacible, casi hermosa, casi.

Cerró la puerta, la mano derecha se negaba a soltar el pomo, la mano izquierda apretaba el tarrito de la crema con más fuerza que la necesaria. Quiso abrir la puerta, seguir a la señora, ayudarle a cargar la bolsa de cosméticos, cualquier cosa, no volver a entrar a la habitación, a la habitación, al cajón, el cajón, ese cajón que una vez más tenía al frente suyo. Nuevamente estaba sentado en el borde de la cama, pero ahora su mano izquierda sostenía un tarrito, chiquito, de crema para las manos, baratísima, una verdadera ganga.

Respiró profundo, abrió el cajón, agarró el esfero rojo y movió un poco el muñeco de Buzz Lightyear para hacerle espacio al tarrito de crema para las manos. Ni siquiera abrió el tarrito, ¿para qué lo compré si no necesito crema para mis manos? Cerró el cajón, casi feliz, sin ruidos extraños ni erecciones dolorosas, y con el esfero rojo en su mano derecha. ¿Y para qué era que quería el esfero? Le faltaba el diccionario, necesitaba traducir una palabra. Abrió nuevamente el cajón y fermndoms, fermndoms, f.

2.10.06

Fotografía

La foto llegó a manos de Flora once meses después de haber sido tomada, y de alguna manera que no se pudo explicar transformó el dolor que llevaba dentro en otra cosa más flexible y apacible. Fue Maximiliana quien vio la foto en una repisita fuera de un estudio fotográfico del centro, pagó por ella y se la llevó a su amiga. En la foto Flora está sentada en un banquito, la pierna izquierda encima de la otra, las manos cruzadas sobre su regazo, la espalda erguida y una hermosa sonrisa en sus labios; parado detrás de ella sonríe Agustito, su hijo. Ahora la foto se exhibe en la mesita de adornos que está a la derecha del sofá en el que Agustito se pegó un tiro en la sien, justo el día después de haberse tomado la foto.

Mientras la señora Vélez salía de casa de Flora luego de una visita de lunes iba pensando en la foto, en la alegría del hijo perdido que apoyaba sus manos en los hombros de su madre, en lo bien que se lo veía a Agustito, casi un año ya, pobrecita Flora, pero ya no tan triste como hace sólo unos día, qué raro.

Mientras la señora Bastidas salía de casa de Flora luego de una visita de miércoles iba pensando en la foto, en la ternura del hijo perdido que abrazaba a su madre por la espalda, aunque la señora Bastidas recordaba a Agustito un poco más joven y sin barba por aquellos días que antecedieron al “accidente”, qué raro.

Mientras la señora Obando salía de casa de Flora luego de una visita de viernes iba pensando en la foto, en la desfachatez de Flora de poner en la sala un retrato de ella con un hombre mayor muy parecido al pobre de Agustito, y si como eso fuera poco en la foto el tipo ponía descaradamente sus manos sobre los senos de Flora, y tan decente que se la veía, qué raro.

Pocos días después, para la misa de primer aniversario por la muerte de su hijo, Flora mandó a hacer una ampliación de la foto para colocarla junto al altar y que todos los asistentes pudieran verlo a su querido Agustito, tan lindo él con su corbata de lacito detrás de su madre, juntos para siempre, amén.